Gabriel
Sé que es algo descabellado el pedirle a una desconocida que sea mi secretaria de confianza. Quizás estoy loco o desesperado, pero ahora mismo me parece la mejor opción.
Espero no equivocarme con respecto a ella.
— Lo único que tienes que hacer es contestar llamadas, programar o agendar reuniones según mi disponibilidad, recordarme fechas importantes, comidas donde haya firmas de contratos o que haya que cerrar uno. Como ves, no es nada del otro mundo — le explico para que pueda entender mejor lo que se supone que hará si acepta el trabajo.
— Mmm... ¿No sería más fácil entrevistar a personas que estén capacitadas para el trabajo? Yo no tengo experiencia. No sé nada de eso. Solo sé cocinar, por eso trabajo como ayudante de cocina — dijo y me parecía lógico, pero no quería perder mi tiempo entrevistando mujeres que harían lo que sea para que las contratara u hombres que me traicionarían por un par de billetes a la competencia.
— Aprenderás. Nadie nace aprendido en esta vida, Saleth.
— ¿Y qué pasa si lo hago mal y por error cometo una imprudencia o qué sé yo? — veía en sus ojos vacilación, quería aceptar pero tenía miedo.
— De los errores se aprende. No pasa nada si te equivocas.
— Lo voy a pensar.
— No demores mucho, ¿vale?
— ¿De cuánto sería más o menos mi sueldo? — preguntó.
— Mucho más de lo que ganas como ayudante de cocina, te lo aseguro. Quizá hasta te dé el triple de lo que ganas en ese lugar.
— ¿El triple? Eso es mucho. ¿Qué haré con tanto? — inquirió, sorprendida.
— No sé, quizás... ir al salón de belleza, de compras, gastos innecesarios pero que hacen feliz a las chicas. En fin, todas esas cosas, supongo — me encogí de hombros.
— Son buenas ideas, pero no.
— La manera en la que gastes o inviertas tu dinero es algo que te concierne a ti, Saleth. Mi única obligación será pagarte por tu trabajo, nada más.
— Lo sé — me dice —, y me parece bien.
— ¿Eso quiere decir que aceptas el trabajo?
— Sí, ya que rechazar una oferta así sería una estupidez de mi parte.
— Qué bueno que lo tengas claro.
— Solo una cosa...
— Te escucho.
— Mi horario de trabajo, ¿cómo sería? Lo pregunto porque en las mañanas voy a la Universidad y en la mitad de la tarde hasta en la noche trabajo en el restaurante.
— Renuncia a tu trabajo mal pagado en el restaurante.
— ¿Cómo sabes que es un trabajo mal pagado?
Levanté una ceja, divertido.
Bastaba con ver su billetera. En su posesión solo había cinco dólares y ochenta centavos. Su ropa era de segunda mano, sí, se notaba demasiado. Su salario era una miseria. Era más que obvio que era un trabajo mal pagado.
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Exorbitante Amor © #3 [+21]
RomanceGabriel Beckett es adictivo, astuto e incontrolable. Su temperamento es igual o cercano al de una bestia. Y cualquier persona en el mundo pensaría que es afortunado de tener: Belleza, amor, poder y riqueza. Sin embargo, el amor es uno de los privile...