2: Punto de partida.

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2: Punto de partida.

Nunca me las di de un tipo bueno. Las situaciones en tu vida marcan un antes y un después. La muerte siempre fue mi punto de partida. Por ejemplo, la primera que le dio un giro a mi mundo.

En la congregación del pastor había una cantidad de reglas para poder conocer al creador, y ni te digo los requisitos. Esa parte no estuvo mal. Soy consciente de que sin esa formación estricta quizá habría terminado como David —alcohólico y muerto— en una esquina, tan pasado de la borrachera que olvidaría comer durante días. Aprendí mucho de ellos, de mí y de los demás.

Sin embargo, Marilyn llegó en una etapa rebelde de mi vida. Estaba resentido. Porque sentía que el pastor Kavanough me había abandonado. La muerte para mí era un tipo de abandono, así que le di la espalda a todo lo que me enseñó. Empecé a tatuarme, a no ir a los servicios. A blasfemar y todo lo que tú quieras agregar como pecado. Y a tener sexo.

Antes de eso, era un chico de quince que esperaba llegar virgen al matrimonio. No me pareció tan difícil. Tenía mi guitarra, un padrastro que me tenía en línea recta y convivía con personas con mis mismos valores. Hasta ese día yo sólo me había tomado de la mano de una chica. Bueno, de acuerdo, nos dimos un piquito en una escapada a un campamento de verano.

Papá —así le llamaremos al pastor Kavanough—, decía que un beso parece inocente, hasta que deja de serlo. Sólo se necesita que la otra persona dé el primer paso hacia un beso más apasionado y será difícil parar. Por eso yo me contuve todo lo que pude.

Pero él murió. En un accidente de tránsito; su autobús se volcó en Houston en una de las muchas giras misioneras que él realizaba al año. También debí estar en ese viaje. En el puesto en el que tomó mi papá. Sin embargo, me castigaron porque le falté el respeto a David. Mi papá decía que a pesar de todo, David era mi verdadero padre y que le debía respeto sin importar cuán estúpido fuera. Sí, dije que David era un estúpido.

Lo bueno de mi relación con mi papá era que teníamos diferencias, pero siempre tratábamos de arreglar las cosas. Y, créeme, nuestros temperamentos chocaron muchas veces. Ese día me esforcé por despedirme como lo haría de no estar cabreado. Le dije que lo quería y que para mí sería mi padre hasta mi último aliento. No hubo latidos extraños, sólo la melancolía —que confundí con que no lo vería durante un par de semanas y porque quería ir a ese viaje—, y también una sensación de que él necesitaba escuchar el cambio que le dio a mi vida.

Bromeó, diciendo—: Me quedaré con tu puesto en la ventana.

Lo hizo, y fue ir en ese lado lo que acabó con su existencia en la tierra. A veces me preguntaba si él sabía lo que pasaría. En la congregación decían que él tenía el don de la profecía; que tenía sueños e intuía cosas, así como yo. Aunque lo mío era de inmediato, lo de mi padre a veces tomaba años o meses en cumplirse y no era muy exacto. Ya sabes cómo funciona lo mío.

Pero sí, a veces me pregunto si él lo sabía. Si quiso meter mano para que no asistiera, o si eso le pasaría a papá sin importar el asiento en el que estuviera. Preguntas que nunca tendrán una respuesta.

Entonces tenemos a Marie —mi madre— que no soportó la idea de estar sola. O no le gustaba, ve tú a saber qué pasaba por su cabeza para creer que volver con David era lo mejor.

A los dieciséis ya era un chico alto y fornido, cortesía del trabajo fuerte en la granja de los Patterson. Sí, una de las familias fundadoras del pueblo. Me estoy desviando, pero no soy muy bueno poniendo en orden los hechos; tendrás que acostumbrarte.

La cosa es que un día, buscando el trasero de David en el bar local —el único en esos tiempos— y de no dar con él, me encontré con Marilyn. Su familia vino desde otro pueblo de Texas para una cosa de la iglesia, creyendo que encontrarían al pastor.

En un latido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora