26: Precauciones.

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26: Precauciones.

Los errores nos muerden el culo tarde o temprano.

Fue lo último que se me vino a la mente mientras estaba jadeando, sudando, escuchando los gemidos bajos de Megan en mi oído.

Lo primero que se pasó por mi cabeza mientras la besaba fue: no puedo tener suficiente de ella.

Lo segundo: la amo tanto que daría lo que no soy por verla feliz.

Lo tercero: quiero hacerla mía hasta quedar sin aliento.

Cuarto: se siente tan bien bajo las yemas de mis dedos.

Quinto: tengo que parar.

Sexto: no puedo parar ahora.

Séptimo: hacerlo sin condón es un error.

Octavo: Los errores nos muerden el culo tarde o temprano.

—Espera, nena, espera…

Pero Megan me besó, mi polla se tensó. Mi cerbero se cargó de nubes espesas, pesadas, que no me dejaban pensar. Mi piel se erizaba cada vez que ella lamía detrás de mi oreja. Luego succionó el lóbulo y mi pecho se apretó con tanta intensidad que se me escapó un gemido.

Era muy tarde. Estábamos teniendo sexo sin condón. Podría parar… tenía que parar.

—Meg, nena, necesitamos… mierda…

No, no podía. En ese momento mis opciones eran: seguir cogiendo y afrontar las consecuencias, o ser un tipo responsable que puede dejarlo a la mitad.

¿Sabes qué hice? ¿Me conoces tan bien que puedes adivinarlo?

Porque yo creí que me conocía, también. Sin embargo, meses sin coger, estar con la única que amaba, con mi pene dentro de esa cavidad que succionaba con fuerza mi verga, no me lo puso fácil.

Y entonces, sí, me rendí.

A la mierda las consecuencias. En ese instante hasta el hombre más cuerdo y pensante te dirá que llega un punto en el sexo en el que ya no mandas. No eres tú quien dirige el acto, sino tu otra cabeza.

—No debemos… —Respiré hondo para poder decir—: No tengo condón…

Gimió en mi oído y mi corazón —sí, mi pene también— empezó a palpitar y olvidó que el látex era necesario.

Pero me embargó un sentimiento de pertenencia, de amor, cuando aseguró—: Sé que estás limpio. Confío en ti…

Mierda. Hombre, eso derrumbó cualquier pensamiento lógico que aún quedara por allí. Me tenía embrujado. O engatusado, no lo sé, sólo te puedo decir que después de Sophie, Megan era la primera mujer con la que tenía sexo sin capucha.

—¿Te estás cuidando al menos? —gruñí mientras embestía con energía, a nada de venirme.

—No estoy ovulando. Estamos bien —gimió en mi oído.

—Me vendré afuera igual… —advertí para mí mismo. Ya habíamos llegado muy lejos. No sabía si ella estaba limpia, pero allí estábamos, cogiendo como dos cachondos sin control. Confiando en que el otro no tuviera nada contagioso.

Megan tenía su blusa puesta, pero su jean estaba por el piso junto con los panti nada sexis de corazoncitos rosados. Me reí cuando lo vi porque en el tiempo que cogimos nunca me mostró algo así.

—No estaba pensando en coger hoy tampoco —gimió cuando alcé su blusa y me detuve a darle un poco de cariño a sus tetas, amasando cada una, viendo cómo cerraba los ojos y su respiración se volvía más irregular.

En un latido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora