22: 25 y 42.

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22: 25 y 42.

Estábamos en el encendido del árbol de Navidad del Rockefeller Center. Un abeto enorme con una estrella en la punta y un montón de luces.

El lugar estaba abarrotado. Era de noche, hacía un frío de mierda. Pero mis hijos estaban conmigo y me pareció genial salir de mi zona amargada para compartir con ellos.

Los cuarenta y dos años ya eran una realidad, pero trataba de ver el cuarto piso de mi vida como un comienzo hacia una etapa de soltar aquello que no me dejaba avanzar.

Había un ambiente agradable a pesar de que estábamos apiñados. Tal vez por el grupo de jóvenes que entonaban una canción pegadiza y navideña.

«Aser…»

No, no caería en eso. Lo pretendía ignorar.

—¿Quieres volver a casa? —pregunté a Mads, la que no tenía tanta ilusión en asistir al evento.

Me miró con un arruga en medio de sus cejas, diciendo con sus ojos que me había vuelto loco. Sí, el que estuviera con los hombros hundidos —casi agachado— no tenía nada que ver.

—¿Te sientes bien, papi? —Tocó mi frente y además de su ceño fruncido se le unió una ligera inclinación de su cabeza, como extrañada.

—¿Papi está enfermo? —cuestionó Maddie a su hermana, también tocando mi frente.

Entonces Robbie tuvo que unirse, pero con su palma en mi nuca, tal vez para comprobar.

—Estás algo caliente, pa. ¿No te sientes bien?

«Aser…»

—Es que mira, la vena en su cuello está palpitando muy rápido —comentó Mads, presionando su dedo índice en ese lugar.

«Aser…», insistió la voz, mientras mis hijos debatían si tenía fiebre.

—Pues tal vez deberíamos irnos. Robbie puede manejar por ti, papi…

—¡Espera! ¡Hay mucha gente allí! Salir de eso será…

Un ser tropezó conmigo. Justo en mi antebrazo. Sé que me puse pálido. Reconocería esa voz donde fuera.

—¿Papi?

—Disculpe, es que mi amiga…

Pero Megan se quedó en silencio tan pronto entendió que había chocado conmigo.

Éramos dos tontos mudos, otra vez, rodeados de cientos de personas. Sólo que esta vez teníamos testigos que nos acompañaron en el silencio, mirándonos unos a otros tratando de entender lo que estaba pasando.

Maddie, como siempre, realizó un comentario fuera de lugar.

—Creo que ya sé lo que pasa con papi…

Eso llamó la atención de Megan que volteó a ver a mi hija.

Y como si no tuviera suficiente con mi hija impertinente, se le unió Mads, diciendo—: Hola, soy Mads, ella es Maddie y este es Robbie, y él es nuestro papá, Aser —explicó mientras extendió su mano y con la otra nos iba señalando.

Megan sonrió, estrechando la mano de mi pequeña. Pero su sonrisa cuando me miró tenía un tinte entre divertido y curioso.

—Soy Megan. Y esta de aquí es mi amiga Suckie.

Poner mi mano en la suya fue como sentir millones de voltios que me estremecieron por dentro.

»Es un placer conocerte, Aser —susurró Megan con algo de picardía.

En un latido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora