11: La apuesta.

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11: La apuesta.

En realidad, no sé qué pasó, pero podría apostar que fue la idea de dejar atrás a Megan lo que hizo que Devon bajara la guardia.

Me pidió el favor de llevarlo a su segunda cita con un psicólogo que su compañero de piso le recomendó.

Había pasado una semana desde que hablamos en el hotel. Seguía el asunto tenso, hasta que me preguntó qué haría si Megan volvía.

—No lo sé.

Era la verdad. Tenía la sensación de que ella continuaba sin estar preparada para mí, a pesar de que quise llevarme todas las jodidas advertencias al carajo y ponerla en mi mundo. Eso me explotó en la cara y el resultado fue un corazón dolido que no sabía cómo manejar.

—Sé que soy egoísta. Pero entiendes la parte en la que no quiero que vuelva, ¿cierto?

Asentí mientras se me escapaba un suspiro. Entendía por completo qué quería decir. Tendríamos más tiempo para conocernos, para prepararnos. Incluso para aceptar los cambios. Si ella volviera, supongamos, al día siguiente, no sabría cómo sería. ¿Tendría que dividir mi atención? ¿Ella soportaría que le hablara de él? ¿Devon acabaría siendo el tópico que no se podría mencionar nunca?

Esta vez el suspiro fue pesado, pero rápido. Mi hijo y yo estábamos llegando a algo. Y por primera vez no tenía que protegerme de los balazos de las mentiras de su madre, pero si Megan decidía regresar todo este avance desaparecería. Junto con Devon y la oportunidad de conocerlo mejor.

¿Valía la pena? Ni siquiera podía dar una respuesta.

Estaba muy nervioso. Más de lo que fue traer a Megan a Patterson. Devon no había pasado más allá de los establos la última vez. Llegó al pueblo preguntando por mí, pero ni siquiera se detuvo a comer o hacer un poco de turismo. Si le hubiera preguntado a la persona correcta, él ya sabría que era viudo y que estaba más solo que un caballo salvaje.

Pero, tal vez era algo bueno su falta de conocimiento. Eso me daría temas de conversación, porque el silencio me tenía ansioso.

Se quedaría por el fin de semana. Luego él volvería a Luisiana y yo viajaría a Nueva York para buscar a los chicos y traerlos a casa. Claro, primero vendría una dosis de noticias que no estaba seguro de cómo lo tomarían.

Se me antojó muy feo darle la habitación que usé con Megan, pero por una vez agradecí que era una casa grande, en la que sobraban cuartos en la segunda planta. Este estaba frente a mi puerta. No se sintió extraño mostrarle el lugar que compartí con Sophie, y me dio un empujón para sacar de mi sistema que era un tipo viudo. Las fotos familiares en la primera planta regresaron a su sitio luego de que Megan se marchó; las quité porque quería limpiar el terreno antes de mostrarle mi vida, pero se fue y el mundo también seguía girando.

—Esta es mi habitación. Disculpa el desorden, digo que voy a limpiar pero…

Sí, no tenía tiempo ni para recoger la ropa apilada en el piso. En mi defensa, era un tipo amante de las cosas limpias, pero mi último viaje fue llevado por un impulso y no estaba seguro de qué empacar. ¿Camisas de mangas largas? ¿Camisetas? ¿Qué tan frío estaría Nueva Orleans? ¿Pantalones de vestir o mezclilla? ¿Me presentaba como un padre o como normalmente me vestía? Te puedes imaginar cómo estaba el piso de madera gastada.

Sin embargo, Devon pasó de largo, ignorando el desastre y llegando a lo que le interesaba: un retrato familiar de Sophie y yo en nuestro día de bodas. Los recuerdos vinieron como gotas de lluvia en plena primavera, que en algunas partes puedes apreciar el sol y hay una sola nube encima de tu cabeza que es la responsable de las gotas que mojan tu cuerpo. Te refresca, pero al mismo tiempo la humedad es sofocante. Creo que vas siguiendo mi metáfora.

En un latido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora