23: Para siempre.

61 5 1
                                    

23: Para Siempre.

—Me hiciste tanta falta. Tanta falta —susurró con su rostro pegado a mi pecho.

Se me escapó una especie de risa y suspiro. Algo así como una inhalación profunda y cuando estaba botando el aire se me fue un mínima risa que no terminó de formarse.

—No tienes idea de lo que ha pasado, ¿verdad?

Esto despertó su curiosidad porque separó su rostro de mi pecho. Su mejilla tenía la marca de los botones de mi gabardina.

—Tengo mucho por contarte. —Se estremeció y arrugó la nariz echando un vistazo a los copos de nieve que caían sobre su abrigo.

—Tenemos tiempo.

Volteó a verme de pronto, achicando las esquinas de sus ojos con una mirada acusatoria.

—Sí. La última vez que dije eso resultó que mi ex era tu hijo. Y me quedé con muchas cosas que quise sacar de mi pecho.

Asentí, pensativo, comprendiendo qué quería decir. El tiempo nos sacó el dedo medio por no hablar cuando debimos hacerlo. Sin embargo, estábamos en la calle y, me encantaba estar a su lado, pero no la llevaría a mi apartamento todavía. No había un sitio privado para hablar en Nueva York a las diez de la noche.

—No son temas para soltarlos aquí, ¿no crees? —Señalé con mi dedo para darle énfasis a mis palabras.

El sitio aún tenía gente por allí tomando fotos, mirando el árbol, esas cosas.

—Podríamos ir a mi apartamento… lo comparto con Suckie.

—¿Estás segura?

Su amiga no me dio la mejor bienvenida del mundo.

Se levantó más animada, extendiendo su mano para tomar la mía. Incluso su sonrisa estaba rebosante de esperanza.

—Sí. Segurísima.

—Espero que tengas coche, porque mis hijos me dejaron a pie… los muy traidores —murmuré al final, sintiendo que me hicieron una emboscada.

Negó, sin embargo, lideró el camino sin soltar mi mano. Era raro la confianza, la comodidad, como si hubiéramos hecho esto ayer, en vez de ella estar haciendo quién sabe qué, mientras yo empezaba los turnos en una clínica veterinaria.

Subimos a su auto y me sorprendí que no fuese una cosa femenina y desordenada. Me contó una vez que su coche era una combinación de olores y que tendría suerte de encontrar un espacio en la parte trasera dónde sentarme.

Megan manejó durante unos minutos. Aprecié mucho que el tráfico era historia a esa hora y el ruido de los pitos había disminuido a uno que otro ansioso por llegar a casa.

Cuando estacionó en una plaza privada me dio una especie de inseguridad. La cantidad de gente en este estado te garantiza una pelea a muerte por un lugar donde dejar tu coche, sin embargo, Megan contaba con un sitio exclusivo. Y su edificio no era nada modesto. Podías ver el jodido vestíbulo sin necesidad de entrar; las paredes eran todas de vidrio templado y reluciente.

—Suckie no está. Aunque sí tendremos compañía. Espero que no te importe que no estaremos solos…

La duda en su voz no me dio buena espina. Cada par de segundos tocaba su pelo, ya fuera las puntas, lo colocaba detrás de su oreja, apartaba un mechón inexistente de su frente, y así hasta que llegamos a su piso. Megan no era habladora. Yo sí, pero con ella había esta cosa rara de saber cuándo debía callar y cuándo necesitaba de mí. En ese instante supe que entre más callado estaba mejor se concentraría. Ella estaba ordenando sus ideas y podría darle su tiempo.

En un latido Donde viven las historias. Descúbrelo ahora