15: 39 y contando.
No extrañaría Nueva York ni por todo el oro del mundo. Mis hijos estaban entre felices y tristes. Les gustaba el movimiento, sin embargo, en el fondo sabían que en Texas estaban sus amigos, sus raíces y un clima agradable.
Rob adquirió destrezas muy buenas, Maddie recibió clases de canto y Mads descubrió que tenía talento para pintar. Lo heredó de Sophie porque lo mío no era dibujar ni nada. Mi esposa era la talentosa en ese aspecto; algunos diseños suyos estaban tatuados en mi cuerpo y otros los añadí cuando murió.
Septiembre nos encontró en Patterson. Al fin en ese pueblito pequeño, pero que me hacía sentir que cualquier cosa podría pasar.
Los chicos comenzaron la escuela, ¿y yo?, seguí en mi vida de levantarme a deshoras por alguna vaca. Yendo de la granja al pueblo y de allí a ese enorme Chalet con mis hijos revoltosos.
Era una buena vida. La que estaría completa si no sintiera que faltaba algo. Pero ya sabes lo que dicen: «no hay que buscar lo que está quieto». Así que trataba de ignorar ese malestar, pensando que mi única opción era acostumbrarme.
…
En mis cumpleaños rara vez estaba en casa. Los primeros años de mi vida pasaron sin tanta importancia. Marie no era entusiasta a gastar los pocos centavos en mí cuando David andaba por allí. Y cuando no estaba, entonces teníamos que elegir entre comer o comprar pastel. Luego llegó mi papá. Él sí le metía corazón a cada celebración y no perdía tiempo en darle la atención necesaria a las fechas importantes. Luego crecí y ya no veía atractivos los globos azules y una multitud cantando feliz cumpleaños, entonces se volvió un asunto más privado.
Hasta que él murió semanas antes de cumplir dieciséis. Desde ese entonces cuando se acercaba la fecha no podía evitar sentirme melancólico. Porque era un año más en este mundo, pero también era uno más lejos de él. O más cerca del final, como quieras verlo.
Ese veinticinco de septiembre me miré en el espejo notando que ya no era ese chico. Mi frente tenía marcadas las líneas de expresión porque la mayoría del tiempo estaba levantando una ceja o arrugando mi frente. Debido al sol, ya no era pálido, sino que tenía un ligero bronceado, y mi cabello tenía un tono más claro de lo que recordaba. No eran muchas canas, pero las suficientes para anunciar que no era un veinteañero. No me avergonzaba mi vida, pero sí me sentía como si no hubiera logrado ni la mitad de lo que quería; nada de eso podría comprarse con dinero o conseguirlo en la tienda más cercana.
Sin embargo, ¿qué podría hacer? ¿Ir detrás de eso que no dependía de mí?
Quizá mi oportunidad fue Sophie. Ella llegó, me enseñó lo que necesitaba y al cumplir su propósito, partió. Mi propósito era encargarme de que esos chicos tuvieran un buen ejemplo, un padre para ellos, protección, y listo. Tal vez cuando crecieran mi tiempo llegaría y también habría cumplido mi meta.
Me fui a trabajar tan temprano que ni siquiera estaba el ajetreo de la cocina para el desayuno de los trabajadores. Me encerré en mi despacho y esperé con paciencia que fuese la hora de salir a revisar el ganado en soltura. Cuando llegó el momento, pasé por el comedor y le encomendé a Mike la labor de pregonar que me había visto, que continuaba respirando, y que estaría en las llanuras dando una vuelta.
—¿Volverás pronto? ¿Como para el almuerzo por lo menos?
Se notaba un poco cabizbajo, como si quisiera estar en cualquier lugar excepto en la granja.
Lo consideré un par de segundos; llevarlo conmigo sería lo correcto. De pronto él me diría qué lo tenía tan mortificado. Pero justo ese día no estaba de ánimo.
—No. No lo creo.
—Está bien… ¡Oye! ¡Feliz…!
Negué, haciendo un shush. No quería felicitaciones. No tan temprano, al menos.
Me llevé la todoterreno y fui a los puntos más alejados sólo para tener una excusa que me hiciera llegar tarde.
Encontré un árbol frondoso de mandarinas. Me senté debajo de él y me quedé allí con los ojos cerrados, teniendo esa sensación de vacío aunque mi vida era buena.
«Es buena. Una buena vida. La que nunca imaginaste. Tienes hijos hermosos, un lugar que les da abrigo. Tienen sus creencias, van bien en la escuela. Nunca se han acostado con hambre. Visten, calzan, están cómodos. Ningún padre los golpea, pueden expresarse, y les das un ejemplo digno. Lo tienes todo, Aser». Ese fue el discurso que me di. El que repetía casi todos los días.
Pero pensaba en ella. En mi Megan. En qué estaría haciendo, si estaría feliz. Si me extrañaría. En que la necesitaba porque una parte de mí sentía que revivía cuando estaba cerca.
Busqué su último mensaje. Lo releí. Traté de encontrar la forma de hacerlo funcionar. Lo único que me quedaba era tiempo y sentía que se acababa. Estaba desesperado por llegar a la meta, pero no había nada que me esperara del otro lado.
Entonces, sólo tenía su recuerdo. Los días que estuvimos juntos. En los que sé que sintió mucho más por mí que por la manera en la que follamos.
Permanecí quieto, viviendo a través de los recuerdos. De imágenes que no se sentían igual. Porque no importaba cuánto estuviera en mi cabeza, era sólo eso: recuerdos. No estaba conmigo. No respiraba su olor dulce ni escuchaba su voz tranquila.
Y lo quería, quería con todo mi corazón recibir su mensaje y una llamada. Que el pobre recordara cómo era sentirse vivo. Que pasara por la emoción, la ilusión y la alegría. Ansiaba pasar mis dedos por su pelo para sentir en carne propia lo que era la estática, el hormigueo. Mierda, quería besar sus labios y que le prendiera fuego a los rincones con las hierbas malas que querían imponerse al pasto verde.
Era septiembre. Casi tres meses habían pasado desde que nos vimos, y yo todavía no sabía cómo ir por mi rumbo otra vez. Un par de horas a su lado me transformaron, pero estar con ella durante días me jodió en el buen sentido. Sin embargo, ¿qué ganamos de eso?
Todavía la sentía a un latido de distancia, lejos y cerca. Aquí y allá. Presente y ausente. Entre el amor y el rencor.
Esperaba que para los cuarenta todo estuviera mejor de lo que estaba en ese momento. Porque lo necesitaba. Quería un jodido descanso.

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En un latido
RomanceLuego de que Megan huye, Aser se ve perdido, incapaz de ponerle orden a lo que una vez levantó con esfuerzo. Ahora tiene un hijo, una ex, además de los problemas de ser padre soltero y de no saber qué hacer con sus sentimientos. Él sólo sabe que deb...