8. Penumbras

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Entre los focos de luz que iluminaban el campus entero, dos figuras femeninas realizaban una extensa caminata desde la Torre Observatorio hasta las viviendas al fondo del instituto. A pesar del largo recorrido, para Alessandra se hizo corto y llevadero. Annelien había resultado ser mucho más que solo una mujer hermosa e inteligente, era también cálida, vivaz y persuasiva, con un don natural para encontrar siempre algo de qué hablar y hacerlo interesante. Conversaron sobre infinidad de cosas durante el trayecto, tanto que cuando Alessandra se dio cuenta ya estaban frente a la vivienda de su profesora, quien le abrió la puerta e ingresó detrás de ella.

La pelirroja encendió la luz y Alessa se encontró con un recibidor a su derecha, con una ventana al fondo desde donde se veía la luz nocturna de las farolas del campus y a su izquierda, una pequeña cocina con pequeño comedor, todo cuidadosamente acomodado en una estancia modesta, no muy grande pero sí muy acogedora.

—Pensé que me habías dicho que recién habías llegado al instituto el lunes —comentó Alessa—. Parece que llevaras toda la vida viviendo aquí.

—Cuando duermes poco, como yo, tienes más tiempo disponible —respondió Ann, sonriendo, para luego cambiar el tema de inmediato—. ¿Está bien si empezamos ahora mismo?

Alessandra la miró y asintió, entendiendo la urgencia del asunto. Sin más demora, ambas mujeres se encaminaron a través del pequeño corredor que desembocaba en tres puertas.

—Por aquí —le indicó la pelirroja a Alessa mientras abría la puerta a su izquierda.

El dúo se encontraba ahora en una habitación parecida a un pequeño laboratorio. Había una computadora ya armada sobre su mobiliario, una impresora 3D, una especie de escáner corporal y una mesa metálica con un plano extendido sobre ella; el resto de los aparatos aún estaban guardados en cajas, nada que ver con el orden y pulcritud del recibidor.

Annelien guió a su compañera hasta la mesa metálica y dio un rápido repaso al plano extendido sobre ella.

—¿Sabes lo que es esto? —Preguntó la pelirroja, señalando una sección del plano.

Alessa miró rápidamente el plano. Parecía estar hecho de una película fotográfica, pero al tocarlo parecía tener relieve y varias figuras y colores cambiaban en él según la posición de la luz, la cual era provista por una lámpara montada sobre un eje en forma de anillo.

—Es una simulación impresa, recuerdo que mi padre solía utilizarlas —dijo la chica, a lo que Ann asintió.

—Eso es correcto, pero ¿reconoces lo que aparece en ella? Mira con atención.

Haciendo caso a su profesora, Alessa empezó a detallar la impresión cuidadosamente; era un modelo computarizado de un laboratorio unido a una vivienda, como una fotografía tomada desde arriba con una fecha y hora marcadas en números digitales en una esquina. En cuanto se dio cuenta de qué se trataba, algo se revolvió dentro de ella. Emocionada y a la vez asustada, comenzó a señalar diferentes puntos del plano.

—Este es el transformador que estalló, aquí estaba mi padre. —Alessandra señaló el centro del laboratorio—. Mi habitación quedaría subiendo en esta dirección. —Recorrió con su dedo todo el trayecto desde la escalera del laboratorio, pasando por el pasillo hasta llegar a su habitación. Al ver la silueta femenina que se marcaba sobre la cama de esa habitación, un pesar repentino la invadió, convirtiendo su voz en un débil susurro—. Esta soy yo... —Tomó un poco de aire y puso ambas manos sobre la mesa, a los costados del plano—. Esta es mi casa, a las 1:15 AM del doce de septiembre del dos mil treinta y tres. —Hizo una breve pausa y dio un profundo suspiro—. La noche en que ocurrió el accidente.

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