28. Laberinto

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Annelien pudo haber reaccionado con un gesto de espanto, hasta con un grito de desesperación, pero no tuvo tiempo para eso, pues tan pronto aquellas últimas palabras terminaron de ser pronunciadas por Richard, él salió disparado hacia delante, emitiendo un intenso brillo. Un fuerte empujón de Alessa la hizo caer hacia un lado y precipitarse de bruces contra el suelo, quitándola del paso de aquella embestida para recibirla ella de lleno.

El impacto no se dio, pues el avance del haz de luz verde fue detenido en seco por Alessandra, cuya furia incontenible hizo estallar su aura magenta, mostrando una mirada fulminante, al momento que empujaba con fuerza a Imperos, haciéndolo retroceder. Impulsándose con gran rapidez, con su puño cerrado golpeó el pecho de la ahora deforme figura humanoide que tenía enfrente, y antes de que saliera impulsado hacia atrás, lo tomó por el cuello, halando hacia ella con fuerza, asestándole frenética y repetidas veces puñetazos cargados de energía en el rostro, gritando encolerizada mientras lo hacía.

En ella no había más que rabia, odio y un instinto asesino imposible de contener, una fuerza interior que le impulsaba a destruir a aquella abominación, que se había llevado con ella lo último que le quedaba de familia en el mundo. Si eliminar a aquel monstruo implicaba volverse un monstruo aún peor, que así fuera. Toda la debilidad y el miedo que habían existido alguna vez dentro de ella habían muerto, junto con muchas otras cosas en las que no había tiempo de pensar. Nada distinto de aniquilar a su contrincante parecía lo suficientemente importante.

Finalmente, soltó su agarre, separó las manos a ambos lados de su cuerpo, cargándolas de energía, para luego cerrarlas de golpe en un parpadeo, atravesando con cada una de ellas un costado de aquel ser deformado, para luego tirar con fuerza hacia afuera, partiendo a aquel ser en dos. Había ganado, pues el ente comenzó a pulverizarse en una nube verde brillante. Sin embargo, no contaba con volver a escuchar aquella voz riéndose con gran cinismo a través de la nube, para luego escucharla hablar.

—TU ENERGÍA... SE AGOTA... —Acto seguido, la nube se desplazó hacia ella.


Todo su campo visual se borró, dejando solo el verde, para luego transportarla a otro lugar...


—¿Sabes cuál es el problema contigo, Alessandra?

Su corazón latía, pero ella lo sentía paralizado. Él era tan bueno con las palabras, que sin tener que esperar a que la respuesta de aquella pregunta retórica saliera de sus labios, ella ya se sentía destrozada.

Él, por su parte, se esperaba aquel silencio momentáneo por parte de ella, sabiendo que justo ahora ella era la sentenciada a muerte, y él un implacable verdugo.

Por un instante, reparó en el dolor en sus ojos verdes, en la súplica muda de perdón que hacía con ellos, pero no había vuelta atrás. Para sus efectos, no había frente a él mayor cosa que un obstáculo a eliminar, un lastre que ya no le resultaba útil. La misericordia había sido arrancada de su ser mucho tiempo atrás, así que no habría una segunda vez para pensarlo, de modo que, sin más demora, su lengua disparó a quemarropa.

—Crees que haber sufrido te da el derecho a hacer daño... No seré el primero ni el último que te lo diga...

Sus labios temblorosos le impedían hablar con claridad, pero ella articuló cuanto pudo con ellos.

—No... No entiendo... Que... ¿Qué quieres d...?

—No hablo para que me entiendas. Hablo para que recuerdes bien qué fue lo último que me escuchaste decir...

Ella bajó la cabeza, resignada, mientras él se daba la vuelta, a punto de cruzar el umbral de la puerta. Sabía que dijera lo que dijera no había vuelta atrás, y que justo ahora, una parte que agonizaba en ella acababa de morir. Sin embargo, guardar silencio no era una de sus prácticas frecuentes, a pesar de que las palabras que salieron de su propia boca no eran las que esperaba, ni fueron dichas con el tono que esperaba decirlas.

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