31. Anochecer

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Luces multicolores se filtraban a través del firmamento crepuscular, entintándolo de naranja, amarillo, rojo, azul y todos los demás colores conformantes de la caída de la noche, cubriendo progresivamente de oscuridad la intemperie silenciosa y solitaria del campus del instituto, una oscuridad que comenzaba a rodearlo de a poco mientras caminaba.

Sin embargo, aquella creciente oscuridad del anochecer en nada podía compararse a las penumbras que carcomían su interior, alimentándose de su infierno interno, del deseo de destrucción. Aquella entidad cernía su amenaza sobre la realidad entera y no, solamente detenerle sería insuficiente para él. No, solo su aniquilación total e irreversible le devolvería la tranquilidad relativa que en tan solo tres días había perdido por completo.

Sus pupilas se dilataban mientras pequeños fotones de luz púrpura surgían alrededor de ellas, volviendo su iris del mismo color, permitiéndole ver hacia adelante como si todo a su alrededor continuase iluminado. Ya no era humano, o en su defecto ya no lo era por completo, pero asumía que con el tiempo se acostumbraría a la sensación electrizante de aquella energía paradimensional recorriéndolo en su interior, maximizando todas sus capacidades sensoriales, permitiéndole percibir elementos inimaginables a su alrededor, otorgándole plena consciencia de cómo se veía y qué ocurría dentro y fuera de él.

Literalmente había dentro de él dos mentes, una humana y la otra espectral, con sus respectivos razonamientos y pensamientos, acopladas en una sola. No fue sino hasta ese momento que reparó en cada uno de esos aspectos. No fue sino hasta ese momento que visualizó de nuevo la vivienda de su profesor, quedando estupefacto ante lo que sus ojos percibían.

Su mente estaba más lúcida que nunca, así que no tenía problemas para recordar el estado en el que había dejado aquella vivienda de una sola planta aislada en los confines del campus, reducida a poco más que un conjunto de paredes, puertas y un techo completamente chamuscados, ennegrecidos y semi desintegrados al haber entrado en contacto con el devastador flujo de energía púrpura que utilizó para quitarse del paso a aquel espectro de luz verde esmeralda que pretendía adoptar la forma del padre de Alessa. En cambio, el escenario era ahora completamente distinto, pues la edificación se veía entera, intacta, tal y como estaba cuando entró en ella durante la mañana de ese mismo día.

Incrédulo, hasta el punto de dudar de su propia cordura, se detuvo y miró rápidamente a su alrededor, sin ver a nadie. Eran las siete de la noche, demasiado temprano como para no ver un alma en las inmediaciones. ¿Qué estaba sucediendo? ¿Por qué todo cuanto se escuchaba era un silencio sepulcral? ¿Cómo era posible que aquella estructura que él mismo casi había destruido por completo se encontrase intacta?

Cualquiera que fuese la respuesta, no estaba a su alcance, pero debía concentrarse en el plan que había trazado momentos antes, si bien una extraña sensación de duda lo carcomía, más allá del peligro latente que podía sentir a cada paso que avanzaba. Entonces, contra la incertidumbre surgió la energía, rodeándolo y haciéndose visible como un aura eléctrica, porque ni la duda más inquietante es capaz de influir más que el poder, y lo sabía bien, pues aquella fuerza exorbitante que se manifestaba en él le daba toda la seguridad que necesitaba, sin que nada más importase. Se dispuso a avanzar.

Una vez hubo llegado enfrente de la puerta, miró por un instante a su derecha, sonriendo ante la certeza de que el plan estaba en marcha. Miró de nuevo al frente y apagó su aura púrpura, junto con el brillo en sus ojos, volviendo a verse normal. Sin embargo, al intentar hacer contacto con la puerta, o al menos lo que aparentaba serlo, pasó a través de ella en un parpadeo, quedando dentro de la sala principal de la vivienda, exactamente igual a como estaba antes de la destrucción, pero no hubo tiempo de entrar en detalles inspeccionando el lugar, pues una voz conocida, fría y lúgubre, no tardó en hacerse oír.

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