13. Verde esmeralda

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Annelien nunca se había imaginado en una situación como esa. Tiempo atrás, él había sido su compañero en todos los sentidos; tiempo atrás, le había amado como a nadie. Ahora, en cambio, él se había convertido en un peligro de magnitudes insospechadas. La esperanza era su mayor castigo, pues esta mantenía viva, en un recóndito espacio de su mente, la idea de que en el fondo él seguía siendo tal y como era cuando se conocieron tres años atrás. Sin embargo, los sentimientos debían ser puestos de lado, necesitaba tener la mente fría, necesitaba analizar con claridad todo lo que estaba ocurriendo. Él era una amenaza, fuese por la razón que fuese, y debía buscar la forma de detenerlo.

Casi se arrepentía de haberle dicho a Alessandra que se fuera. Había quedado sola y expuesta, pero el chip nanométrico dentro de su cuerpo exponía su ubicación y permitía escucharla de manera remota en todo momento. Era mejor de esa forma, sin comprometer a nadie más, aferrándose a la posibilidad de anticiparse al peligro. Su mente era ágil, lo suficiente como para permanecer calmada y atenta a su alrededor.

Estaba sentada sobre una silla, a un costado del pequeño comedor de su vivienda, observando la puerta de entrada, como una fiera agazapada esperando a su presa. Él conocía su ubicación, así que lo mejor era esperarlo ahí y confrontarlo en un sitio conocido. Podía sentir la tensión, el choque era inminente, se preparaba para lo peor. En su mano sostenía su bolígrafo con cápsula especial, el mismo que tres días atrás había utilizado para colarse en la oficina de él.



Tal y como ella lo había visto venir, se le había hecho tarde. Ya eran casi las diez y media de la mañana. Con total seguridad, su clase con Annelien ya habría comenzado. Al divisar el aula correspondiente, se encontró con aquel tramo del pasillo desierto, a excepción de una figura masculina solitaria. Era Marko.

«No piensas contarle nada, ¿cierto?»

Escuchaba la voz de Pyrea dentro de su mente mientras caminaba en dirección a su aula de clases. Marko estaba de pie frente a la puerta del salón, como si estuviese esperándola precisamente a ella. Los nervios empezaron a surgir en sus entrañas cuando ambos hicieron contacto visual.

Tú puedes leer mis pensamientos, se supone que deberías saber qué pienso decirle y qué no —le contestó al espectro en sus pensamientos.

No estás segura, por eso te lo pregunto.

—¿Qué se supone que estás haciendo? —La voz de Marko la hizo sobresaltarse, y entonces se dio cuenta que se había puesto los dedos índice y corazón en la sien mientras hablaba con Pyrea en su mente.

Él la miró confundido, frunciendo el ceño.

—¿Estás bien?

Ella lo miró nerviosa, tragó grueso y asintió de manera forzada.

—Sí... No te preocupes... Es solo... —Miró hacia un lado, puso cara de vergüenza y suspiró—. Dios... Pasaron muchas cosas... Yo...

—¿En serio? ¿Eso crees? —Él habló con voz aguda, en un tono totalmente sarcástico, casi burlón, soltando una risotada— Es decir, supongo que te refieres a toda esa locura que vivimos dentro de tu mente y a tu fusión con la versión femenina de la Antorcha Humana —dijo con tono teatral, mirando a los lados y haciendo gestos exagerados con las manos para luego mirarla con cara de atontado—, ¿o acaso ha habido más diversión y me la perdí?

Alessandra lo miró estupefacta, sin saber qué decir. Se miraron y hubo un silencio que se prolongó varios segundos, hasta que ella lo rompió con una suave e incrédula carcajada. Al verla reír, él enarcó una ceja, y al caer en cuenta de la forma en que él mismo acababa de hablar, no pudo evitar reírse con ella.

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