Epílogo

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Aquel paraje podría haber tenido cualquier forma, literalmente la que me hubiese venido en gana. Por eso mismo, en uno de mis tantos arranques caprichosos, decidí darle la forma de un templo místico.

Ya podrán imaginarse cómo lucía: paredes y piso hechos de la piedra más elegante y pulcra que pueda ser creada, estructura bastante amplia y atiborrada de los símbolos y figuras más extravagantes e interesantes. Sí, un lugar digno de una auténtica deidad, donde podrían resguardarse los secretos ocultos detrás de setecientas generaciones de una cultura extinta hace milenios. En fin, que me vino en gana imaginar y crear un lugar así en mitad de mi mundo, del único mundo verdadero: el Mundo Imaginario.

En medio de aquel opulento lugar se situaba la Gran Mesa, una majestuosa estructura de piedra que diseñé para simbolizar cada uno de los universos y poder controlar desde ahí el avance de cada uno. Sobre aquella mesa reposaba el abismo, negro, vacío e infinito, y a un extremo de la misma iba encajada sobre su soporte el prisma universal, el cual brillaba con luz propia, proyectándola en direcciones distintas sobre el abismo, cada una de un color distinto, cada una formando un reflejo que no era sino un universo más. De vez en cuando, al mismo prisma se le ocurría proyectar un color nuevo, creando un nuevo universo.

La cuestión es que llevaba bastante rato intranquilo, caminando de un lado a otro mientras reflexionaba acerca de lo que acababa de ocurrir, algo que nunca antes había visto: por primera vez, en uno de los universos, nada menos que en el primigenio, se había quebrado el eje temporal, provocando que el presente retrocediera y se dispusiese a avanzar nuevamente desde el punto del cambio. No conforme con ello, cierta porción de la energía perdida en el retroceso había sido respaldada e insertada en el punto de reinicio. Una vez aquello hubo ocurrido, me dispuse a mirar a través del prisma, y entonces se reprodujeron ante mis ojos todos los sucesos que he descrito antes de iniciar estas líneas.

Llegué a numerosas conclusiones, y quizás la más importante de ellas fue que de momento no tenía forma de seguir o controlar a aquel ser de aura roja que había desencadenado aquella anomalía, así que tuve que hacer un llamado urgente. Forcé la detención del tiempo en el universo primigenio e hice aparecer ante mí a los responsables del misterioso respaldo de energía: Lectros y Pyrea, ambos con sus respectivas auras púrpura y anaranjada, del mismo color que sus ojos.

—Supongo que no tengo que explicarles el motivo de su visita forzada —les dije con tranquilidad, observando sus rostros sorprendidos al ver el color de mis ojos, uno azul y el otro amarillo, y reconocerme enseguida.

—No por ser creaciones tuyas, Zostomor, significa que podamos leer tu mente —contestó Pyrea, haciéndome reír con su típica ironía de niña rebelde.

—Asumo que tiene que ver con el asunto de los recuerdos de Marko y Alessandra —replicó Lectros, haciéndome bostezar con su típica seriedad de vejestorio.

Negué con la cabeza, poniendo mi expresión más seria antes de comenzar mi explicación.

—De hecho, es un alivio que lo hayan hecho, pues... Verán, puede que el universo en el que ustedes existen esté por enfrentarse a un evento sin precedentes. El gran causante de todo ha sido una entidad de aura color rojo escarlata. Les suena, ¿no es así? —Sus caras de total asombro me lo dijeron todo: ni siquiera ellos se lo esperaban, y sí, sabían perfectamente de quién les estaba hablando.

Opté por dar una breve pausa, entreteniéndome un poco con sus rostros completamente estupefactos antes de finalmente sentenciar:

—Bien, pues entonces prepárense, porque una tormenta se ha desatado. Llegado el momento, solo sus protegidos podrán hacer algo para intentar detenerla...

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