21. Oscuridad y vacío

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No sabía dónde estaba, ni cómo había llegado hasta ahí.

Sin piso que los pies pudieran sentir, aquello era como flotar sin gravedad; era el vacío. Sin luz con la que los ojos pudiesen ver, aquello era la más pura, densa y envolvente oscuridad; eran las tinieblas. Sin sonido que los oídos pudiesen escuchar, aquello era como atestiguar el enmudecimiento del universo entero, era el silencio. Sin olor al que la nariz pudiese reaccionar, era como no respirar, era la latencia. Sin sabor que pudiese estimular a la lengua, era como haber suprimido hasta la última posible percepción del entorno.

Partiendo del supuesto de que lo que no se percibe es inexistente, y en plena consciencia de que ni los propios pensamientos alcanzaban a ser percibidos, aquello era como no existir. Aquello era la nada. Era como haber desaparecido del mundo sin dejar rastro, sin siquiera saber si aquello era estar consciente o no, si todavía era vida o si había empezado a ser muerte. Era como si el tiempo, junto con todo lo que arrastra a través de su cauce, hubiese dejado de fluir.

«¿Qué es esto? ¿Dónde estoy?»

Para su sorpresa, escuchó su propia voz diciendo estas palabras, como si no pudiese evitar pensar en voz alta. Sin embargo, la ausencia de percepción alguna del entorno retorcía su propia cordura. No sabía si su voz había salido de su boca para ser escuchada por sus oídos o si simplemente su mente lo había imaginado. Intentó cerrar sus puños, mover sus pies de lado a lado, todo con el objetivo de sentir algo. Nada, no había respuesta sensorial alguna, como si sus extremidades no estuvieran ahí. No sabía si estaba paralizada o si su sentido del tacto estaba alterado de alguna forma; después de todo, no parecía haber superficie alguna bajo sus pies. La ausencia de respuesta a estas interrogantes empezaba a formar dentro de ella una profunda desesperación.

Fue en ese momento que empezó a recordar. No eran recuerdos agradables. Sintió ganas de llorar, de romper en llanto en medio de una desolación absoluta, pero sus lágrimas no parecían caer de sus ojos, no las sentía rodar por sus mejillas. Suspiraba y jadeaba, sumida en sus lamentos, pero el aire parecía no recorrer su garganta, como si no estuviese respirando. No se escuchaba a sí misma, parecía haber perdido por completo sus cinco sentidos. No sentía absolutamente nada, solo emociones incontrolables.

«¿Qué es lo que me has hecho?»

Ni ella misma sabía a quién iba dirigida la pregunta. Nunca podría haber imaginado antes una condición como esa. Su desesperación estaba alcanzando su límite. Quiso gritar con todas sus fuerzas.

«¿Alguien me escucha? ¡Alguien respóndame, por favor!»

Dijo esto como una súplica, todavía sin estar segura de si realmente estaba hablando. Sin embargo, algo pareció surgir de entre la penumbra. Le invadió una sensación extraña y difícil de describir, un sobrecogimiento repentino, como si estuviera ante una presencia imponente, incluso sobrenatural. Parecía haber algo ahí junto a ella, algo que ella era incapaz de percibir con sus sentidos, pero aun así ella lo sabía, estaba ahí. Si aquello resultaba ser una amenaza, ella estaba completamente indefensa, pero por lo pronto su sensación de soledad y abandono comenzaba a mermar. Sus ánimos subieron un poco, comenzaba a sentirse viva de nuevo.

Sintió una especie de alivio cuando, por primera vez en todo ese tiempo, su vista pareció despertar; dibujando en sus ojos una pequeña luminaria de color verde claro, brillando a la distancia. Como una estrella titilante en medio de la total negrura, aquella luz parecía hacerse más grande e intensa a medida que seguía observándola. Ella no pensaba en nada, solo seguía ahí, como en un trance, mirando fijamente en dirección al creciente resplandor verde.

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