1. Primera impresión

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Un imponente río Támesis le devolvía la mirada entre los centenares de focos de luz artificial tan propios de las noches londinenses. Desde aquel punto del Thames Path, la luz de las farolas a sus espaldas le regalaba tonos cobrizos y dorados a su abundante cabello anaranjado, mientras sus ojos verdes se alternaban entre la baranda sobre la que se apoyaba, las luminarias artificiales al otro lado de la ribera y las tranquilas aguas oscuras frente a ella. Su reloj marcaba las 12:30AM del primero de abril de 2032. La noche todavía era joven.

Aun luego de todas las veces que había caminado en la misma ruta tras varios meses viviendo en las afueras de la capital inglesa, aquel seguía siendo un espectáculo majestuoso y estático que ella podía contemplar durante horas todas las noches sin...

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Aun luego de todas las veces que había caminado en la misma ruta tras varios meses viviendo en las afueras de la capital inglesa, aquel seguía siendo un espectáculo majestuoso y estático que ella podía contemplar durante horas todas las noches sin aburrirse. Sin embargo, sin importar cuán espectacular fuese aquel panorama, ella no dejaba de preferir el estilo tradicional de los canales fluviales de su Ámsterdam natal. Sonreía al recordarlo, al visualizar de vuelta las lujosas edificaciones apostadas a los lados del pintoresco Herengracht, con numerosos botes pasando por debajo de los puentes que conectaban ambas orillas.

Para ella, tanto aquellos recuerdos como el escenario a su alrededor eran un recordatorio de todo cuanto el ser humano era capaz de crear a partir de su mente, de pensamientos ordenados y convertidos en acciones lógicas. La mente humana, sí, eso se había convertido en su obsesión, en el objeto de la investigación de la cual formaba parte y en la razón de su prolongada estadía en la capital británica, el mismo motivo que durante noches como esa la impulsaba a abandonar su residencia en las afueras y pasear cerca del centro de la ciudad hasta altas horas de la madrugada, llenando sus ojos de imágenes y su cabeza de reflexiones. Aquella iba a ser otra noche de esas.

Sí, iba a serlo, hasta que el sonido de pasos acercándose desde atrás la hizo volverse para encontrarse con una figura masculina, alta, con un rostro ya conocido, cuyos ojos azules se dejaban ver cálidos al reflejar las luces nocturnas.

—¿Cómo supiste que estaría aquí? —preguntó ella, con un deje de sorpresa, regalándole una sonrisa cautivadora a su repentino acompañante.

—No es la primera vez que lo haces, dejar tu residencia en el laboratorio para venir aquí —replicó él, apenas mostrando expresión alguna en su rostro, si bien sus ojos podían expresar más que cualquier gesto o palabra—. ¿Ni siquiera ahora que Friedrich pasará dos semanas fuera utilizarás las noches para descansar?

—De hecho, es ahora cuando más puedo hacer esto, cuando más tiempo tengo para pensar —dijo ella en un tono suave, con cierta picardía—. Sin embargo, aun así, no es algo que hago todas las noches, ¿cómo supiste que precisamente hoy vendría?

—Si te soy sincero, no lo sabía. —Él prosiguió en su caminar hasta alcanzar la baranda donde ella se apoyaba, quedando el impasible Támesis a su derecha y justo frente a él, aquella hermosa figura femenina formada por una silueta esbelta, un abundante cabello anaranjado que caía en elegantes ondas, una piel blanca como porcelana, y unos cautivadores ojos verdes—. Digamos que tus extraños pasatiempos son contagiosos...

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