22. Imperos

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«No es su culpa, Marko »

—¿Cómo es que ahora la defiendes?

—No soy capaz de decir mentiras...

La conversación era sostenida en la mente de Marko, mientras miraba desde el umbral de la puerta a Alessa, o más bien lo que antes fuera ella, con sus ojos anaranjados perdidos en el vacío, melancólica, sentada al borde de la cama. Al final de la habitación, se veía a Marko, sentado en una silla frente a la ventana, mirando hacia abajo, moviendo su cabeza de forma extraña, como si estuviese hablando sin mover los labios, sin emitir sonido. Quien veía todo esto era Leocarlos, quien no se resistió a hablar.

—A ver, Marko, ¿me vas a explicar qué carajo está pasando? —le dijo alzando la voz, recargado sobre el marco de la puerta, alternando la vista entre «Alessa» y su amigo.

Casi se arrepintió de haberle hablado de esa forma cuando él volteó y sus ojos, enrojecidos y brillantes, mostraban un llanto contenido. Era una versión de Marko que él pocas veces, por no decir nunca, había visto. Seguía siendo él, solo que a muy poco de convertirse en una versión quebrantada de sí mismo.

—Ehmm... Marko... ¿Estás bien? —le preguntó Leo, en un tono similar a una disculpa sentida.

—No te preocupes, Leo, nada de esto es tu culpa. Tienes razón, te debo una explicación. Muchas, a decir verdad -dijo Marko, con una voz pesada y profunda. Antes de que el enano, como él le decía, le respondiera, añadió algo más—. Alessandra mordió el anzuelo, intentó salvarme, y ahora él la tiene, si tan solo se hubiese quedado...

—Si se hubiese quedado tú no estarías aquí, Marko, ¿quién sabe dónde estarías? —Pyrea habló para interrumpir a Marko, inexpresiva. Su vista estaba perdida hacia el frente, pero lentamente volteó hacia él.

La luz de los ojos de Pyrea parecía ondular de forma extraña, como si sus ojos estuviesen debajo del agua.

—¿De qué hablas, Pyrea? Leocarlos me sacó a tiempo de...

—No sabes lo que ocurrió antes dentro de tu mente. —Ella hablaba con dificultad, su garganta se entrecortaba, sus labios temblaban solos. Ya había visto estas reacciones en Alessandra, ahora las estaba sintiendo por sí misma—. Él intentó atacarte desde dentro de tu mente vacía, mucho antes de que Leo te sacara de la computadora... Nosotras lo evitamos, Marko... Ella... Alessandra...

—Disculpa, Marko, pero no entiendo en lo más mínimo de lo que hablan... ¿Qué es toda esta locura en la que te has metido? —objetó Leocarlos, ya mostrándose agobiado por sus propias dudas.

Marko ignoró por completo a su amigo. Ver a Alessandra así, a punto de colapsar, lo tocaba en lo más profundo, mucho más sabiendo que no se trataba de ella, sino de Pyrea, un ente supuestamente insensible y superior. Intentó mantener la calma y escuchar a Lectros, que volvía a hablar desde dentro.

«Creo que lo mejor es comenzar recordando cómo terminaste junto con Richard dentro de su computadora, la parte que olvidaste... Es un recuerdo que inserté dentro de Alessandra...»

Se dirigió a ella en el tono más sutil y tranquilizador que pudo.

—Pyrea...

El par de ojos anaranjados, con mirada perdida y melancólica, apuntaron a Marko al escucharlo hablar. Él se acercó, sentándose en la cama junto a ella. De no ser por el color de los ojos, hubiese jurado que era Alessandra quien lo miraba. Conmovido por el dolor que toda ella reflejaba, la abrazó, apretándola con suavidad contra su pecho. Notó que la temperatura de ella era más alta de lo normal, pero no había signos de malestar en su cuerpo; no era fiebre, eran los efectos de la energía de Pyrea. Sin embargo, aun sabiendo de quien se trataba, cada vez le era más difícil encontrar diferencias, era como si Alessandra no se hubiese ido, como si en su cuerpo hubiese permanecido su esencia.

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