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Los primeros rayos de sol comenzaron a asomarse en su habitación. Se revolvió en la cama sin querer despertar todavía, estaba en esa etapa entre dormida y despierta y solo los vagos recuerdos de un sueño llegaban a su cabeza.

Ojos azules, cabello castaño oscuro, la palabra «destino» en un susurro, y esa boca...

Dios, esa boca.

El sol seguía insistiendo por el pequeño espacio que quedaba entre la cortina y el marco pero ella no estaba dispuesta a abrir los ojos y siguió esforzándose un poco más para recordar, quería algo que le diera una pista de ese rostro. Él, se aparecía cuando quería, invadía sus sueños, y a veces hasta conversaban; recordaba su risa, el olor a brisa marina, se le erizaba el vello del cuerpo cuando lograba enfocar su boca. Tenía la certeza de que sus ojos eran tan azules y profundos como el mar.

Ja, un príncipe sin rostro. Se burló la vocecita malvada de su cabeza, y ella resopló bajito porque sabía que era cierto.

Tocaron la puerta de su habitación y rápidamente se cubrió la cara con la sábana, no contestó. Abrieron la puerta despacio y de igual manera entraron sin invitación. Puso los ojos en blanco; la intrusa, que solo quería molestarla tan temprano, se colocó frente a la cama y ella pudo sentir su mirada cuestionándola. Sabía que su día estaba por comenzar en 3... 2... 1...

―¡Oh, vamos, despierta ya! ―gritó con emoción mientras abría las cortinas de golpe y toda la luz entraba de repente. Se lanzó en la cama y cayó justo al lado de Micaela―. Sé que estás fingiendo, y sé que te estás riendo. ¡Vamos, el día está espectacular, amaneció despejado y no hay ni una nube!

Demonios, siempre lo logra.

Abrió los ojos y se incorporó en la cama mientras le lanzaba una mirada de reojo, comprobó que su amiga ya estaba vestida y lista para salir. Estiró los brazos y se desperezó un poco.

―Celeste, ¿quién en su sano juicio se levanta tan temprano un domingo?

―Pues la gente normal como yo. ―Se echó a reír―. Además, tengo tanta hambre que podría comerme una vaca entera. ¡Vamos, apúrate! ¿Quieres ser la causante de la extinción de las vacas en el mundo?

Micaela se asomó a la ventana y vio que la nueva chica del tiempo tenía razón. No, no por lo de la extinción de las vacas, aunque todavía no comprendía cómo es que Celeste comía tanto y se mantenía así de flaca. Le pareció que el día estaba realmente hermoso, quizás no sería tan malo despertar tan temprano un domingo. Caminó hasta el armario, sonriendo, lo abrió y escogió la ropa que iba a ponerse.

―¿Y entonces? ¿Tuviste sueños pasionales anoche? ―soltó Celeste detrás de la puerta, como si fuera algo de lo más normal.

―No son sueños pasionales. ―Se defendió Micaela desde el cuarto de baño, escuchó como Celeste se carcajeaba.

―Ya, como sea. ¿Soñaste? ¿Le viste la cara?

―Sí, soñé de nuevo, pero vi lo mismo de siempre, no hay nada nuevo que contar.

―Es increíble lo seguido que sueñas con él. ¿No hay nadie que hayas visto alguna vez que se te parezca? No sé, alguien que haya ido a tu trabajo, alguien de la universidad... ¿Quizás alguien de la televisión? A veces nuestra mente nos confunde, aunque mi teoría de las almas gemelas sigue en pie.

―No, no lo asocio con nadie conocido. No tengo idea de porqué sueño con él una y otra vez, pero ya te dije que no creo en tu teoría de las "almas gemelas". Y no puedo compararlo con nadie porque recuerda que no he visto nunca su cara.

―Pues, yo si creo que hay alguien destinado en la vida para cada una de las personas. En algún lugar del mundo debe estar mi media naranja ―dijo suspirando―. Solo hay que esperar que el destino se confabule a nuestro favor.

Micaela la observó mientras se sentaba en la orilla de la cama, seguro esperaría a que ella terminara de vestirse. La palabra «destino» llamó su atención, justo estaba pensando en eso cuando Celeste entró en su habitación, pero no, Micaela no creía en esas cosas.

Tal vez sí había una media naranja en el mundo para mí y alguien hizo un jugo con ella, porque hasta el momento no he encontrado al correcto.

Cogió unas medias de la segunda gaveta de su armario, debajo de ellas estaban un par de color naranja que había comprado hace unos meses, reprimió la risa y las lanzó en dirección hacia donde estaba sentada Celeste.

―¡Allí está tu media naranja!

Celeste se levantó, se apoyó en una pierna, colocó los brazos en jarra y rodó los ojos, pero luego soltó una sonora carcajada que hizo reír a Micaela.

―Diez minutos, nena, o acabo con las vacas ―dijo devolviéndome las medias, y luego salió de la habitación sin cerrar la puerta.

Micaela rodó ojos y decidió seguirse arreglando para salir. 

 

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No te vi, te reconocí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora