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Necesitaba salir rápido de la habitación porque su cabeza era un caos

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Necesitaba salir rápido de la habitación porque su cabeza era un caos. Estar en presencia de Diego la puso muy nerviosa, las manos le sudaban y varias veces se había colocado el mismo mechón de cabello detrás de la oreja. Estaba segura de que él se había dado cuenta del efecto que producía en ella, y que lo estaba disfrutando. Cada vez que cruzaban alguna mirada sentía que él analizaba cada uno de sus movimientos y ella no hallaba como comportarse ante tal situación.

Bueno, tampoco es como si todos los días descubriera que la persona con la que sueña y nunca ha visto, sí existe, la salva de un accidente y de paso es el pecado hecho hombre. ¡Tenía derecho a estar descontrolada!

―Me alegro que estés mejorando, y gracias por ayudarme la otra noche ―dijo lo más amable que pudo―. Pero ya debo irme.

―Espera... ―Manuel detuvo a Celeste del brazo―, todavía no me has dado tu número de teléfono. ―Volteó a mirar a Micaela―. Diego también quiere el tuyo.

―¿Y eso cómo para qué? ―preguntó Micaela.

―Es para que mi abogado pueda hacer una denuncia formal en contra del idiota que nos atropelló, necesitará tu declaración. El tipo estaba totalmente borracho, por eso no te vio cuando cruzaste; también quiero que pague por los diez días que llevo aquí ―explicó Diego.

Eso sonaba lógico. Micaela estaba segura de haber cruzado cuando le tocaba. Diego parecía de verdad interesado en que ese tipo inconsciente pagara por todos los daños que les había ocasionado. Después de todo, él la había salvado, merecía su ayuda.

―Está bien, anota mi número. ―Micaela de alguna forma se sentía en deuda con él, así que aceptó.

Él sonrió satisfecho, acercó la mano a una mesita que estaba al lado de su cama, agarró su teléfono y comenzó a teclear el número que ella le iba dictando. A los segundos, el celular de Micaela sonó con el tono de mensaje, lo sacó de su bolsillo y leyó:

Número desconocido:

Morías por tener mi número, pues aquí está.

¿Pero qué?

Alzó la vista, alucinando, él le sonreía con picardía, las mejillas le ardieron. Celeste y Manuel no se daban cuenta de nada porque estaban muy animados en su propia burbuja personal. Micaela guardó el contacto y respondió el mensaje.

Para: Diego Dávila

¡Qué tarado eres! Eso quisieras tú.

Luego se encaminó hasta la puerta sin esperar su reacción, si se quedaba un minuto más capaz y se convertía en gelatina. Vio de reojo a Celeste, que iba detrás de ella a paso rápido para alcanzarla. Micaela se dirigió al estacionamiento y apuntando el mando hacia el auto le quitó la alarma pero no entró. Se recostó de la puerta del conductor, Celeste no tardó en darse cuenta de que algo sucedía y comenzó a bombardearla de preguntas.

No te vi, te reconocí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora