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Diego sintió un peso sobre su brazo derecho que le estaba haciendo hormiguear

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Diego sintió un peso sobre su brazo derecho que le estaba haciendo hormiguear. Un suave ruido lo hizo abrir los ojos, por un momento creyó que estaba soñando porque tenía a su lado a la mujer más hermosa del planeta. Tenía la mejilla de Micaela pegada a su frente, su pecho subía y bajaba pausadamente, tranquila, serena. Si él tuviera la potestad de elegir cómo despertarse cada día, no encontraría mejor forma que esa. Ella parecía un ángel. Su ángel.

Cerró los ojos por un momento y disfrutó de la sensación de tenerla así tan pegadita a él. Apretó el agarre en su cintura con un poco de miedo, no quería despertarla pero es que tenía la necesidad de tocar la curva de su cadera; sintió que con las manos podía de algún modo grabar en su mente cada espacio de ese cuerpo que le permitieran tocar. Respiró el aroma de su cabello, esa mujer lo tenía totalmente loco, lo había convertido en un adicto a sus besos, a su compañía.

La deseaba. Joder, la deseaba como un demente. Aunque sabía que debía esperar, debía comportarse. Todo entre ellos había pasado tan rápido que él podía entender el miedo que Micaela sintió cuando le propuso ir hasta el apartamento, y terminó de comprender cuando ella le contó que Celeste no estaba. Su ángel tenía miedo, miedo a que le propusiera que estuvieran juntos. Diego no era ese tipo hombre, y miento si dego que no le habría gustado raptar a su novia del trabajo, besarla toda la noche y tocar alguna que otra parte de su cuerpo, pero él quería hacer las cosas bien, ella lo valía. Con él, Micaela no tenía nada que temer. Diego se controlaría hasta que ella misma se lo pidiera.

Sonrió.

Cuánto habían cambiado las cosas, aunque a él le gustaba que fuera así. Micaela era tan distinta a Melissa, con ella no se hubiera detenido a pensar en la idea de controlarse, porque todo era diferente por decirlo así, ellos tenían sexo y nada más. Eso es lo que ella siempre buscaba en él, o es lo que siempre le hizo sentir, nunca le demostró un sentimiento más allá del deseo y Diego nunca la necesitó para nada más. No le importaba si la veía, no reía con ella, no le hacía querer ser mejor persona y creer que podía lograr sus sueños, no trataba con cariño a su hermana ni se preocupaba por si era tarde y debía manejar.

Se atrevió a perfilar la nariz de la Bella Durmiente, ella se movió un poco y la arrugó. ¿Qué es esta conexión tan fuerte que sentimos? Se encontró cuestionándose. Micaela se estaba convirtiendo en alguien muy importante en su mundo.

―Lo has cambiado todo ―susurró en su oído. 

Ella, al oírlo, abrió los ojos acostumbrándose a la luz.

―Buenos días, preciosa.

―Buenos días ―contestó parpadeando, y lo miró confundida, no recordaba que él se había quedado toda la noche.

―Puedo acostumbrarme a esto, ¿sabes? ―Y al instante ella sonrió terminando de iluminar la mañana; ahí estaba la Micaela que lo traía loco.

—¿Qué hora es? ―indagó ella de repente―. Hoy es jueves, tengo que ir temprano a la universidad.

No te vi, te reconocí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora