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Paralizada

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Paralizada. 

Sí, así estaba, se había quedado totalmente en blanco y su cerebro no parecía registrar ningún impulso que la hiciera poder hablar o moverse. Estaba allí para agradecerle por su ayuda aquella noche, también para disculparse porque él se encontraba en esa condición gracias a su imprudencia.

¡Demonios! Había estado diez días enteros pensando en lo que le diría, pero parada frente a él todo su discurso se había esfumado. No salía de la impresión. Él era la misma persona con la que tenía una especie de... ¿cómo llamarlo? Quizá tenía algún nombre, aunque ella decidió apodarlo "obsesión nocturna". Pero eso no ayudaba en nada, ¿qué podía decirle?

Hola, soy Micaela, gracias por salvarme aquella noche de una muerte segura. Por cierto, sueño contigo casi todas las noches. No. Definitivamente no podía decir nada. ¡Oh, Dios mío, aquello parecía una broma!

De pronto, las palabras de Oleska se repitieron una y otra vez en su cabeza: «Lo que te pasará es algo que viene marcado en tu destino... Se conocen de otra vida... No vendrá silenciosamente...»

En algo había tenido razón la bruja: no llegó silenciosamente. Los gritos de la gente, las bocinas de los autos, el chirrido de las llantas y el sonido de ambulancias lo confirmaban. ¿Pero qué estaba pensando? ¡Era imposible que eso estuviera sucediendo! ¿Estaba soñando? Sí, eso tenía que ser.

Una voz cálida y serena la sacó del trance en el que se encontraba, la sangre en sus venas comenzó a fluir de nuevo, ahí fue donde se acordó de respirar.

―Eres tú ―repitió él.

Los pies de Micaela tomaron vida y se acercó un poco a la cama.

¡Maldición, de verdad es atractivo!

―¿Me conoces? ―preguntó asustada.

―Eres la loca que cruza sin ver a los lados ―afirmó él en tono divertido.

Micaela soltó el aire aliviada, él no sabía nada de sus sueños. Bien, hasta ahora su secreto estaba a salvo, pero... ¿qué fue lo que dijo?

―Yo no soy ninguna loca, no suelo cruzar las calles así. ―Se defendió, trataba de que la mandíbula no se le cayera. Los ojos de Diego brillaron con diversión mientras curvaba los labios en una sonrisa que la dejó más idiota, si es que eso era posible.

―¿Ah, no? ¿Entonces qué era tan importante como para correr así sin ver a los lados?

―Estaba lloviendo fuerte y yo... yo no... Disculpa, ¿me estás regañando? ―le preguntó arrugando la frente.

Diego soltó una carcajada y ella se comenzó a molestar. Quiso decirle que era un idiota pero se limitó a quedarse ahí, de pie, como si el sonido de su risa la hipnotizara. De repente, él movió la mano derecha hacia su pecho, su gesto relajado y divertido se transformó en una mueca de dolor, Micaela se asustó y por instinto se acercó más, colocó la mano sobre la de él sin pensar.

―¿Te duele?

Diego bajó la vista hasta sus manos y sonrió, pero esta vez con una sonrisa amplia que mostraba sus perfectos dientes, hizo un gesto con el dedo índice, como indicándole que se acercara un poco más, ella dudó pero luego obedeció. Al estar tan cerca pudo sentir su aliento a solo escasos centímetros de su rostro, un escalofrío recorrió su espina dorsal.

―Duele —musitó él en su oído—. Pero lo que quiero decirte es que eres la loca-cruza-calles-sin-ver-a-los-lados más hermosa que he visto en mi vida.

Micaela tragó saliva para tratar de tranquilizarse, su corazón decidó bombear con todas sus fuerzas, creyó que hasta él podría escucharlo. Sintió sus mejillas arder y trató de apartar su mano pero él no estaba dispuesto a soltarla todavía y la envolvió bajo la suya, Micaela lo miraba sin entender.

Abrieron la puerta de la habitación y un rubio bien alto, atlético y muy apuesto, frenó en seco al verlos, haciendo que una figura un poco más pequeña que él y de melena castaña chocara la nariz contra su espalda.

―¡Auch! ¿Qué te pasa? ―Se quejó y lo empujó.

Rubio apuesto abrió la boca varias veces para hablar, pero la cerró, luego parpadeó hasta que pareció acordarse de su acompañante.

―Lo siento, flaquita. ―Se movió dándole paso―. Es que... Nada, nada.

Celeste entró y notó lo que ocurría, miró a Diego y arrugó la frente, por último se detuvo en el rostro de su amiga, y alzó una ceja. Al Micaela darse cuenta de lo que ocurría se zafó del agarre de Diego

―Veo que ya se conocen bien ―insinuó rubio apuesto, enfatizando mucho la palabra bien.

―Oh, no... Yo solo...

¿Pero qué rayos te pasa, Micaela? ¿Ahora eres tartamuda?

Celeste se dio cuenta de su nerviosismo y acudió al rescate.

―Micaela, él es Manuel. —El rubio se acercó con sonrisa amable y le extendió la mano.

―Mucho gusto, chica linda. Puedes llamarme Manu.

―¿Y ustedes de dónde se conocen? ―le preguntó Micaela a Celeste, haciéndose la desentendida.

―Larga historia ―contestó ella, pelándole los ojos.

―¿Y a mí quién me presenta? —Todos voltearon al escucharlo, Diego se estaba sentando con esfuerzo.

―Pensé que ya se conocían ―dijo Manuel con malicia, luego lo sujetó para terminar de ayudarlo a incorporarse―, ellas son, Celeste, y su amiga Micaela ―las señaló a cada una―. Y este bombón con complejo de héroe es Diego, chicas.

Diego, Manuel y Celeste se echaron a reír, pero Micaela rodó los ojos. Celeste y Diego se saludaron primero, luego él estiró la mano en dirección a Micaela y sonrió.

―Micaela... Andrade ―dijo ella al fin, y dio un respingo cuando una corriente le recorrió la mano al tocarlo de nuevo.

―Diego Dávila ―contestó él mirándola con intensidad―. A la orden para salvar princesas las veinticuatro horas del día.

Por segunda vez en la tarde Micaela apartó la mano de su contacto mientras sentía que los insectos más peligrosos para el ser humano se apoderaban de su estómago: las mariposas. 

 

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No te vi, te reconocí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora