2

4K 414 59
                                    


Celeste y Micaela se conocieron en primer año de secundaria

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

Celeste y Micaela se conocieron en primer año de secundaria. Desde el primer día congeniaron y poco a poco se hicieron uña y mugre, amigas inseparables, o como ellas mismas se autonombraban: «Como la oreo y la cremita».

Habían compartido muchísimas cosas: momentos de locura, de felicidad, despechos, tristezas y borracheras. Actualmente compartían un apartamento que decidieron alquilar para poder independizarse, apenas se graduaron de la secundaria quisieron vivir como verdaderas universitarias: comenzar los dieciocho sin tanto toque de queda y reglas por parte de sus padres. Compraron poco a poco cosas para el apartamento, al principio fue difícil porque no tenían nevera, la televisión era confiscada ―de casa de sus padres―, «los martes lavas tú», «a mí no me gusta lavar los platos», «los domingos se pide pizza», «se puede invitar amigos, poner música fuerte y está todo permitido, descontrol full», «ah, pero eso sí, sexo con desconocidos afuera», si es que se presentaba el caso ninguna quería ver a un extraño medio desnudo en mitad del apartamento al levantarse.

Se mantenían organizadas y con paciencia, no habían dejado de pedir «por favor» cuando sentían que la room-mate estaba pegada en el teléfono; media hora hablando pendejadas era suficiente.

Bueno, como verán, desde hace tres años vivían solas en un apartamento donde compartían el pago del alquiler. Para Celeste no fue fácil dar la noticia en su casa, Micaela siempre recordaba los gritos de Cristo e Irini, los padres de Celeste, su familia era muy sobre protectora, quizás por su nacionalidad griega. En el momento que Celeste anunció que viviría con Micaela y que no los complacería ni se casaría en ningún matrimonio arreglado, todo se salió de control. Micaela lo recordaba a la perfección...

Esperaba frente a casa de Celeste con el auto encendido por si necesitaban una huida rápida, se reía a carcajadas con cada palabrota que escuchaba salir por las ventanas y la puerta principal, sabía que no era bueno lo que pasaba pero no podía parar de reír al escuchar cosas como: «¡Gamw!, ¡Malakas!, ¡Skata!» El resultado fue el que esperaban: Celeste corriendo y lanzándose como alma que lleva el diablo dentro del auto, y sus padres gritándole que no le darían ni un centavo por lo que le restara de vida. Por suerte, pocos días después Celeste consiguió un empleo que la ayudaba a pagar su mitad del alquiler.

Lo de Micaela fue totalmente diferente. Cuando dio la noticia en casa ya se lo esperaban, puesto que desde los doce años siempre repetía: «cuando tenga dieciocho me voy a vivir sola». Todos se reían o la ignoraban. Pero es que, veamos, uno, en la soledad de su habitación disfrutando de su música favorita, que para variar tiene mucho volumen; de pronto, la voz irritante de tus papás: «Bájale a esa cosa. ¿Qué crees, que vives sola o qué?» Nuestro instinto de rebeldía no se hace esperar, hasta que te aplican la clásica de las mamás: «Mientras vivas en esta casa...», y es ahí cuando nos damos cuenta de que nuestro espacio no es tan nuestro como queremos, empezamos a considerar seriamente la idea de volar fuera del nido hacia una vida independiente. Mi casa, mis reglas. Por eso digo que para Micaela fue más sencillo y sin tanto drama. Es más, ella tenía recuerdos de su papá metiendo las maletas en el auto y de su madre con una risita burlona en la cara, diciendo: «Ahora sabrás lo que es hacer las compras, cocinar, lavar y planchar; a ser ordenada y a cuidar de ti misma». ¡Ahora, de adulta, entendía perfectamente de qué se reía su mamá!

Se miró unos minutos en el espejo y se dio el visto bueno. Llevaba una camisa blanca, un pantalón ajustado azul marino y unos zapatos deportivos blancos, eso servía para un domingo soleado. Recogió su cabello en una cola alta, tomó su bolso y las llaves del auto.

―Bien, estoy lista ―dijo al llegar al estacionamiento, y se deslizó en el asiento del piloto―. ¿A dónde vamos?

―Primero lo primero, Mika. Aliméntame ―respondió Celeste con el estómago rugiendo.

―¿Y luego qué haremos?

―Para después tengo una maravillosa idea en mente.

A Micaela no le gustó para nada el tonito que utilizó Celeste, pero decidió ignorarla.

Pararon en Miga's, los desayunos de allí siempre les habían gustado. Luego de ordenar Micaela vio que Celeste revolvía su bolso hasta que encontró una tarjeta.

―Aquí está ―comentó emocionada. Micaela observó lo que su amiga le mostraba, era una tarjeta de presentación, pequeña, rectangular y negra―. Esta es la persona que nos podrá dar respuestas sobre tus sueños.

―¿De qué hablas? ―preguntó sin entender, y le quitó la tarjeta para leer.

«Oleska» Decía en letras rojas. Más abajo: «Tarotista y vidente».

Micaela abrió los ojos de par en par y comenzó a reír, negando con la cabeza. Celeste alzó una ceja.

―Ríete todo lo que quieras, Micaela Andrade, pero cuando esperaba a que te arreglaras, llamé y pedí una cita. ¿Y adivina? ―Ahora la que reía era Celeste―. Nos atenderá esta tarde a las cuatro.

―¿Qué tú has hecho qué? ―chilló tan alto que varias personas alrededor voltearon y las miraron, así que bajó la voz―. Oh, no... No y no. No pienso ir a ese lugar, y menos a gastar dinero en eso.

―¿Cómo qué no? La cita ya está hecha, no puedes negarte. Y como tú gentilmente pagarás el desayuno, yo pagaré la consulta con la bruja. Así que no se diga más, hoy descubriremos qué son esos sueños.


¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.


No te vi, te reconocí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora