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"Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir"

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"Tantos siglos, tantos mundos, tanto espacio y coincidir"

Impactada. 

La boca se le secó. Micaela sintió un nudo en la garganta que no la dejaba articular palabra. El estómago se le apretó, tal vez por la emoción o por el shock que le causó semejante verdad.

Tenía en frente a su novio, que le sostenía la mano temblorosa, con el pulgar le rozaba los nudillos, trataba de darle calma y sus ojos buscaban con anhelo alguna reacción en ella. Micaela lo miró fijamente por lo que pareció ser un milenio, sintiendo que se perdía en el azul de esos ojos; al igual que hace años en el parque, al igual que el día que lo vio en la clínica, al igual que cuando lo veía en sueños.

Dicen que los ojos son el espejo del alma y Micaela ese día lo confirmó, y es que pudo verse reflejada en las pupilas de Diego, pudo sentir la conexión tan fuerte que los unía.

El susto fue cediendo para dar paso a una felicidad inmensa, algo que ni por asomo había sentido alguna vez. El destino le había puesto en el camino a su otra mitad, no había duda; lo amó antes, lo amaba entonces y quizás lo amaría siempre.

―Nena, por favor di algo ―pidió―. Desde que salimos de esa casa has estado muy callada, ya me estoy asustando.

Era cierto, ella no había pronunciado ninguna palabra desde que descubrió que Diego y el niño del parque eran el mismo. Se había levantado de la silla, se despidió de sus padres y lo obligó a llevarla a su apartamento. Ahora estaban sentados en el mueble de la sala en absoluto silencio, aunque la cabeza y el corazón de Micaela gritaban muy fuerte.

―Estoy impresionada... ―comenzó.

―Lo sé, es difícil de creer pero cuando vi la foto no tuve dudas, eres mi chica del parque.

Micaela sonrió con dulzura ante su forma de llamarla, porque para ella Diego también fue por años su chico del primer beso.

―¿De qué te ríes? ―le preguntó, ella movió la cabeza de lado a lado y se tapó la cara con un cojín―. Vamos, dime que piensas.

―Me besaste por primera vez ―dijo escondida, él se echó a reír.

―¿Y te da pena luego de tantos años? Sabes perfectamente que te gustó, hasta recuerdo que sonreíste.

―Cállate ―chilló, y le pegó con el cojín. 

Diego soltó una carcajada estruendosa que la hizo reír con él. Se recostó del mueble apoyando un brazo detrás de su cabeza y con la otra mano la jaló hasta que ella quedó totalmente recostada de su pecho, luego cerró los ojos pero por su sonrisa Micaela supo que estaba imaginándolos de niños.

―También fue mi primer beso ―confesó él.

―¿En serio? 

Ella creyó que se derretiría ahí mismo. Diego asintió sin abrir los ojos.

No te vi, te reconocí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora