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―Me encanta tenerte de vuelta, Micaela, casi me vuelvo loca con tu ausencia

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―Me encanta tenerte de vuelta, Micaela, casi me vuelvo loca con tu ausencia. ―Sonrió y Tía Ceci agregó más harina a la mezcla de la torta.

―Yo también estaba ansiosa por volver, no me gusta estar en casa sin hacer nada.

―Creo que después de que veas el desastre que Richard hizo en la oficina, no opinarás lo mismo.

―¿Qué hizo esta vez?

―Mejor míralo tú misma. ―Asintió y se encaminó hacia la oficina.

Tía Ceci tenía razón, era un caos en su máxima expresión. Su trabajo en la pastelería consistía en llevar la agenda de pedidos, en ella anotaba lo que el cliente encargaba, la fecha de entrega y la dirección a donde se iba a despachar, también llevaba el inventario de todo lo que hiciera falta comprar, los balances de ingreso y egreso, atendía el mostrador, y aunque no formaba parte de sus obligaciones, a veces ayudaba a Ceci en la cocina.

Nada estaba como lo había dejado. No le extrañaría que Richard pronto estuviera repartiendo pasteles en las casas equivocadas, o que los ingredientes comenzaran a faltar en cualquier momento; ordenar todo le llevaría bastante tiempo. Micaela suspiró y se dejó caer en la silla para comenzar.

Luego de un buen rato sonó su celular, el cual se sacó del bolsillo para atender:

―Hola, tú ―saludó.

Hola, tú. ¿Cómo va el día?

―Aburrido ―respondió―. Estoy arreglando papeles, mientras estuve de reposo por aquí pasó un huracán.

Ha hablado la reina del orden. 

Micaela puso los ojos en blanco. Sí, era desordenada pero la oficina era una verdadera locura. Además, por alguna razón, en el trabajo era muy estricta con el orden.

―Es en serio, Celeste, hay post it de colores pegados por toda la oficina con los encargos de los clientes, parece un vomito de arcoíris. Ceci quiere matar a Richard porque no ha hecho las compras, también perdió la lista de inventario, no quiero ni contarle que hace rato llamó una clienta muy enojada porque recibió un pastel de despedida de soltera para la fiesta de bautizo de su hija. ―Tuvo que apartar el teléfono de su oreja cuando escuchó las carcajadas estruendosas de Celeste al otro lado de la línea.

Pobre mujer, nunca habría manera de arreglar un pastel así para un bautizo ―se burló.

―Así es, y este era de los peores ―agregó Micaela, y volvió a escuchar la risa de su amiga, pero esta vez se echó a reír con ella.

Mika, te llamaba para que supieras que voy a quedarme en casa de mi mamá. Mi papá me llamó esta mañana para contarme que está resfriada, y ya sabes cómo se pone, así que prefiero ir a cuidarla yo. 

La Sra. Irina se ponía como una niña malcriada cada vez que se enfermaba, no le gustaba ir al médico y no le gustaba tomar medicinas. A la única que le hacía caso era a Celeste, y el señor Cristo lo sabía.

No te vi, te reconocí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora