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Le asombró la reacción de Diego ante su confesión de que sin conocerlo había soñado varias veces con él

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Le asombró la reacción de Diego ante su confesión de que sin conocerlo había soñado varias veces con él. Le alivió saber que no la llevaría directo al loquero, todo lo contrario, se mostró atento a cada palabra y detalle que ella le narraba. Micaela hasta podía asegurar que él estaba contento por haber descubierto su pequeño secreto.

Lo que más le costó fue explicarle que nunca le veía el rostro pero que sabía con certeza que era él. Cuando Diego le preguntó si estaba del todo segura, ella se puso muy nerviosa, sabía perfectamente cuál era el parecido, no era necesario ver su rostro, habían otros detalles inconfundibles, como por ejemplo: el mismo tono de ojos azules que la hechizaban cada noche, la mirada intensa que parecía querer leer cada parte de su alma, el timbre de voz grave y sexi que hacía temblar cada parte de su cuerpo, o esos labios tan cálidos que la volvían loca cada vez que pronunciaban su nombre. No, no tenía ninguna duda, estaba absolutamente segura de que él era el hombre de sus sueños.

Afortunadamente, el teléfono de Diego comenzó a sonar, salvándola de la vergüenza de tener que explicarle todo, aunque pensándolo bien, ella hubiera preferido mil veces eso a tener que escuchar lo que sucedió a continuación.

Él atendió con normalidad, pero algo no andaba bien. Micaela vio cuando Diego arrugó la frente, también cuando se le borró la sonrisa para dar lugar a un rostro preocupado.

―¿Qué te pasa? ¿Por qué estas llorando? ―¿Alguien lloraba? Micaela también comenzó a preocuparse―, dime dónde estás y te paso buscando. ―Quien sea que estaba en la otra línea no contestó algo agradable porque él gritó, logrando asustarla―, ¿dónde carajo dices que estás? ―Era la primera vez que ella lo veía molesto. Diego resopló y luego habló en tono autoritario―: escúchame bien, llego en treinta minutos, no te muevas de ahí, Delia ―ordenó.

Colgó la llamada, y luego apretó el volante con tanta fuerza que los nudillos se le pusieron blancos, respiró pesadamente mientras Micaela lo observaba, esperando a que se calmara y le explicara.

―Mi hermana no fue al cine como me hizo creer, está en un bar al otro lado de la ciudad ―dijo con la mandíbula tensa y los dientes apretados―, me va a tomar treinta minutos o más llegar hasta allá. ―Ella pudo ver la preocupación en sus ojos―. ¿Te importaría acompañarme? Perderé tiempo si te llevo a tu casa.

Estaba tan molesto, que si no hubiera querido acompañarlo no hubiera sido capaz de decírselo. Nota mental: No hacer enfadar a tu novio con mentiras en el futuro. Pensó.

―Está bien, vamos ―contestó, sintiendo que se iba a armar una grande con la hermana de Diego.

Miles de bares en el mundo y ellos se dirigían a uno llamado Bloom Club. Un antro donde se podía bailar, beber, jugar pool o hacer otras cosas; entiéndase por otras cosas, tener sexo o usar drogas. El Bloom Club era el lugar perfecto para gente que quería portarse mal o que no apreciaba su vida, y Micaela sabía todo eso porque varias veces se había visto en la obligación de ir a ese lugar cuando salía con Tony.

No te vi, te reconocí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora