Micaela alcanzó a escuchar el despertador. Era lunes y no se quería levantar, se sentía muy cálida con la cobija hasta el cuello. Soltó un poco la almohada que estaba abrazando y abrió los ojos, se los restregó con las manos y giró la cabeza un poco, hacia la mesita de noche.
—¡Mierda! ―exclamó al ver lo tarde que era.
Se incorporó de golpe y de un brinco trató de pararse, pero uno de sus pies se enredó en la cobija y se cayó de la cama aparatosamente. No había tiempo para sobarse, eran las ocho y no había escuchado el primer aviso.
Se movió a toda velocidad por la habitación, lanzando maldiciones; media hora después ya estaba lista para irse a la universidad. Ese día tenía un examen importante y no podía darse el lujo de faltar o llegar tarde. Los lunes Celeste usaba el auto y ya se había ido al trabajo.
Ese día Micaela no comenzó con el pie derecho.
El tráfico estuvo infernal y el examen muy difícil, pero eso no había sido lo peor de su mañana, lo peor había sido aguantarse las burlas de sus compañeros y la cara de total desaprobación del profesor. Les explico, con toda la corredera al levantarse Micaela no vio bien lo que se ponía: una franela blanca que tenía escrito «te espero en el cuarto rojo del placer (no tardes)». Malvado Grey y malvada Celeste, que le regaló esa franela en su cumpleaños número veinte para jugarle una broma. Solo la usaba para dormir o estar en casa pero esa mañana no se fijó que se la había puesto. Casi se muere de la vergüenza cuando entendió por qué el chofer del autobús le guiñó un ojo con sonrisa de pervertido, o cuando la vecina la observó con cara de espanto y hasta se persignó.
No, definitivamente ese no era su día.
Por la tarde por poco faltó al trabajo, al final consiguió que su compañera Dayana le prestara un suéter, por nada del mundo permitiría que sus jefes la vieran con esa franela puesta.
―Mika, llegas tarde ―escuchó que le decían desde el otro lado del mostrador.
―Lo sé, Richard, mi día ha sido un caos. ―Se inclinó sobre el mesón y le besó la mejilla―. No volverá a pasar, lo juro.
―Eso lo dudo ―refutó riendo―. Pero que bueno que llegaste, porque hay mucho por hacer. En la oficina están los pedidos; yo iré a revisar que todo esté en orden con Ceci en la cocina.
―Sí, ve tranquilo, yo me encargo de eso.
Micaela trabajaba en una tienda de repostería llamada Rici Cakes. Sus jefes, Richard y Cecilia, eran pareja. Richard era empresario y pastelero, mientras que Ceci o «tía Ceci», como le decía de cariño, era amiga de su madre desde hacía muchos años, y era chef. Desde niña la llevaban a la tienda y se deleitaba con el olor a torta recién horneada, o con el aroma de las galletas y dulces. Micaela siempre había admirado mucho el arte que brotaba de esos pasteleros. Sí, para ella era arte, sabía que no todo el mundo tenía la facilidad de crear pasteles tan hermosos; creía que el amor era el ingrediente principal que le ponían a las tortas, porque todo sabía siempre bien.
Al cabo de un buen rato su teléfono celular comenzó a sonar, vio el identificador de llamadas e hizo una mueca, que Celeste llamara a esa hora no era buena señal.
―Hola ―contestó.
―No me mates.
―¿Qué hiciste, Alexakis?
―Pff... no me digas así, odio que me llamen por mi apellido. Es solo que no podré pasar por ti para regresar a casa, quedé con Miguel.
―No, justo hoy no, por favor. Quiero llegar a casa y dormir, el día ha sido terrible.
―Necesito que sea hoy, Mika. Lo siento... es importante. Te prometo que te lo compensaré.
―Si no queda de otra, ni modo.
―Gracias, gracias, gracias. Amiga, eres la mejor.
―Lo sé. ¿Luego me contarás?
―Umm... te cuento en lo que llegue. Conociéndote, te gustará.
―Ok, nos vemos luego.
¿Me gustará? Lo único que pudiera gustarme es saber que al fin dejó a ese pedazo de idiota.
Se restregó la cara con ambas manos, tendría que tomar el autobús de regreso a casa.
Cuando por fin terminó y todo estaba en orden para las entregas del día siguiente, un trueno hizo que diera un respingo. Miró a través del cristal de las puertas y vio que pequeñas gotas de lluvia comenzaban a caer.
¡Genial, y yo no traje paraguas!
Antes de que se hiciera más tarde y se desatara la lluvia caminó hacia la cocina, Ceci estaba terminando de decorar un pastel.
―Tía Ceci, Celeste no pasará por mí y está comenzando a llover ―señaló la ventana―. Terminé todo lo que Richard me encargó. Sé que no son las cinco, ¿pero puedo irme?
Cecilia interrumpió lo que estaba haciendo, se asomó a la ventana y comprobó que lo que decía Micaela era cierto. El cielo estaba gris y ya se sentía el olor característico de la lluvia en el ambiente.
―Claro, mi amor. ―Sonrió―. Vete antes de que comience a llover fuerte. Yo ya estoy terminando aquí, quiero dejar este pastel impecable para mañana. Tranquila, yo cierro la tienda.
―Gracias, tía, eres un sol. ―Le dio un abrazo y sin que la mujer se diera cuenta, porque la mataba, metió un dedo en la preparación del merengue y se lo llevó a la boca; amaba el sabor del mantecado.
Luego recogió todas sus cosas, estaba lista para marcharse.
Al salir de Rici Cakes las gotas de lluvia ya caían sin parar. No tenía nada con que taparse así que arrancó a correr usando los brazos como protección. La parada del autobús estaba a dos cuadras pero Micaela se detuvo unos segundos, miró al cielo empapándose la cara, había nubes con distintas tonalidades de gris y se veían muy cargadas; parecía que una gran tormenta se avecinaba.
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No te vi, te reconocí ©
RomanceUna serie de sueños extraños e inexplicables conducen a Micaela Andrade a leerse las cartas del Tarot. Sin creer en poderes sobrenaturales y presionada por su mejor amiga recita un hechizo. Un accidente tiene como consecuencia que el sueño de Micael...