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Diego

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Diego

Su respiración era dificultosa. Sentía que lo habían golpeado fuertemente en el estómago. Quiso detener a Micaela pero no podía moverse, él tenía argumentos para defenderse, pudo haber arrastrado a Melissa hasta allí y hacer que explicara que no tenían absolutamente nada.

―¡Nada! ―gruñó. La muy astuta le había tendido una trampa y él cayó como un tonto.

¿Cómo se enteró ella de que estoy con Micaela?

Debió haber previsto que Melissa no se quedaría tranquila, más con el historial que esas dos se traían. En cuanto Micaela le mencionó que la chica de la que hablaba la otra noche era Melissa, su cabeza comenzó a trabajar, y entender al fin lo que pasaba lo dejó helado. ¡El imbécil de Tony era su ex novio! El de su relación tormentosa, el que la dejó sin darle ninguna explicación.

Se jaló el cabello con frustración y se sentó en el banco de la parada. ¡Maldito desgraciado!, jugaste con las dos y les hiciste mucho daño. La sangre le hervía al pensar en Tony cerca de Micaela. Fui un total imbécil al decirle que estaba exagerando, pero es que todo era demasiado confuso, demasiado complicado. Masajeó su sien, la cabeza le iba a explotar, tenía que buscarla, tenía que encontrarla y aclarar todo. Recordar su llanto y su mirada fría lo estaba matando.

―Nena, ¿cómo pude ser tan estúpido? No te puedo perder, haré lo que sea para que me perdones ―le dijo a la nada.

Se levantó de golpe y echó a correr de vuelta a la universidad para buscar su carro. Esa vez no esperaría a que pasara la tormenta, él aprendería a bailar bajo la lluvia.

Diego deseó con todas sus fuerzas que ella estuviera en su apartamento, porque pasó por la pastelería y no estaba allí, no fue a trabajar. Cecilia se quedó preocupada y él tuvo que explicarle que habían discutido y que no sabía dónde estaba; Richard lo miró con enfado y le dio una advertencia: «Por tu bien, arregla las cosas», y eso era lo que él justo deseaba.

Tocó el timbre y rezó para que no le echaran agua caliente. Una sorprendida Celeste fue la que abrió la puerta. Demonios, le debía una disculpa a ella también.

―¿Qué haces aquí? ―inquirió secamente la muchacha.

―Quiero hablar con Micaela... y quiero disculparme contigo.

―Mejor vete, dudo que quiera verte ―dijo cruzándose de brazos y apoyándose en una pierna―, cuando llegué la encontré muy mal. ―Diego se estremeció al escuchar eso, pasó de ella y entró al apartamento sin ser invitado.

―¡Espera!

Él la ignoró y siguió caminando hasta la habitación de Micaela, porque al no verla en la sala supuso que estaba allá. Cerró los ojos con fuerza para darse valor, y abrió, aunque lo que encontró fue un cuarto solitario.

No te vi, te reconocí ©Donde viven las historias. Descúbrelo ahora