42

3 1 0
                                    

Algo no fue bien en mí, pero no lo admití hasta muy tarde.

Cuando visité a Ellis a su nuevo piso y le ayudé con la mudanza, la necesidad de picar me detuvo cada cinco minutos. Él lo notó, aunque no dijo nada al respecto. Y no quise que lo hiciera. Bastante mal me sentí ocultándole la visita de Ausubel.

Sin embargo, hubo un momento que me superé. Y fue cuando nos sentamos a mirar la televisión. Casi doy un respingo cuando acortó nuestra distancia en el sofá.

Su brazo pasó por encima de mis hombros, y un escalofrío me recorrió entera. Rogué a los cielos para que no se me notara.

Ellis me abrazaba seguido. ¿Por qué de repente me afectó que lo hiciera?

Mi cuerpo reaccionó de modo involuntario cuando se quedó mirándome, y plantó un beso en mi hombro. Enseguida me puse de pie, dejando caer la bolsa de papas que, desde entonces, no dejaban mis manos.

Me preguntó varias veces si me sentía bien.

Una vez.

Dos veces.

Y todas las siguientes.

No me di cuenta en qué momento todo dejó de ser espontáneo entre nosotros.

Ellis se guardó las distancias conmigo.

Dejó de tomarme de la mano.

Dejó de abrazarme.

Dejó de besarme en público, o privado.

Y eso me horrorizó y alivió en partes iguales. Según yo, distancia era igual a seguridad, ¿no? Así sospecharía menos de mí.

El punto es que no me di cuenta cuánto le afectó.

Un día, me invitó a su casa. Cumplimos un año de noviazgo, y juro que rogué al cielo para que se le olvidara.

Mi mente y mi cuerpo querían a Ellis, pero no lo querían cerca.

Esa noche, nos fuimos a comer a un restaurante. Pesé mucho más de lo normal, y él estaba muy en forma, en comparación.

No lo noté hasta que, en medio de la conversación, me sugirió ir al gimnasio con él.

Debí decírselo en ese momento: mi preocupación por mi peso, por comer. Por sentirme cada vez más miserable por dentro, y mi inquietud de saber si debía creer lo que me dijo Ausubel o no...

Tuve ganas de soltarlo todo, pero me contuve.

Al llegar a su casa, Ellis me tomó por sorpresa, dándome un beso en los labios. No me pude controlar, y lo empujé.

Él me miró perplejo, y yo no me pude sentir peor. Así que le susurré un «lo siento» y me fui del piso... No me siguió.

Lo que nunca he dicho | BLAIR [Atwood 0]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora