Pasado

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Las flores son débiles. Son ingenuas
El Principito

—Esto es ridículo. Me voy...

—No te irás a ningún lado, Ellis Benjamin.

Mi tono condescendiente no le hizo gracia.

Ellis se quedó dormido, dejándome con un episodio difícil de procesar repitiéndose en mi cabeza. No hubo duda que me atormentaría el resto de mi vida.

No quise despertarlo. Tuve que avisar a su madre que pasó la noche conmigo, y que se quedó sin batería para notificárselo.

Decir que no pegué un ojo en toda la noche fue un eufemismo. Sentí un cansancio superior a cualquier otro, y que por obvias razones, iba más allá del contexto mental.

Observé cómo el Ellis que conocí, que amé, se cayó... Y no pude evitar que cayera por el precipicio.

Al llegar la mañana, y tras una extensa noche de desvelo, llamé al doctor Ausubel a mi casa. Y Ellis escuchó la llamada.

—Aún no puedo creer que hayas llamado a ese... Ese...

—Médico. Y además, va a venir a verte, lo quieras o no.

—Eso tú no lo decides por mí.

—Pues, ¡qué casualidad!: Estás en mi dormitorio. Mi casa, mis reglas.

—Voy en serio, Blair.

—¡Yo también voy muy en serio!

Ellis tensó la mandíbula. Ya no había rastro de violencia o desequilibrio en él, pero mantuve una distancia prudente.

—Dime, Blair, ¿tú ves al terapeuta?

—Estamos hablando de ti, Ellis. A diferencia de ti, yo sí sigo un tratamiento.

—Yo no lo necesito porque me-siento-bien.

—¡Tuviste un ataque! —Un escalofrío recorrió mi columna. Decirlo lo hacía más... real.

—¿Ves? Y hace mucho que no tengo uno. Eso significa que estoy bien.

—Eso significa que la ausencia de tratamiento te está afectando.

En ese instante, escuché el sonido de la puerta de la entrada.

—En cuanto se te ocurra ir allá abajo y huir, esto se termina, Ellis... Hablo en serio.

Le saqué una mueca, pero no salió de la habitación.

En la entrada, me encontré con un chico alto, de unos veintitantos años. Una bruma de rizos dorados inundó mi visión, por lo que tuve que alzar el mentón para encontrarme con sus ojos.

—Gracias por venir, doctor Ausubel. Yo... le pido disculpas por las molestias, pero es que...

—Es una emergencia, ¿no? —Me dio una sonrisa algo inquietante. «¿Soy yo o me revisa hasta el alma?»—: Tranquila: conozco a Ellis. Todo estará bien.

Se quedó unos segundos de más mirándome. Carraspeé y lo dirigí a la habitación, donde Ellis fingió ver por la ventana.

Me tomé un segundo para mirarlo: Tenía sus brazos apoyados sobre el alféizar, y desde un ángulo estratégico dejó que el contraste del sol con sus ojos esmeraldas lo endiosaran.

«Una rosa con muchas espinas para su bien»

—Hola, Ellis. Hace mucho que no nos vemos, ¿no?

—El «nos vemos» suena sobrevalorado.

Lo que nunca he dicho | BLAIR [Atwood 0]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora