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El mundo cesó de girar a mi alrededor. Mi cabeza se limitó a que Ellis padecía de un trastorno mental... Corrijo, dos trastornos mentales. O no… No soy experta en el tema.

Esa noche, inundados bajo la oscuridad que nos brindó su habitación, él se dedicó a hablarme al respecto: Su primer diagnóstico fue a los siete años, luego de la muerte de su padre y abuelos paternos.

Todos vivían en una cabaña con vista al lago que, una noche, acabó en un incendio... Ellis fue el único sobreviviente.

—No vi cómo pasó. Sólo recuerdo irme a dormir y, de un momento a otro, despertar en un hospital...

Desde entonces, los síntomas se hicieron evidentes. Ellis pasó a vivir con su madre y esta, al notar que no pareció procesar el acontecimiento de forma normal, lo llevó a un especialista.

No se comportó como antes, no pensó como antes.

Ellis acabó remitiéndose a un psiquiatra, quien identificó un trastorno mental en él. Un año después, lo definió como trastorno esquizoafectivo. Una consulta después, le diagnosticó también trastorno de estrés post traumático.

—Yo... No me lo tomé muy bien. Según yo, no había ningún problema. Es decir, mi padre murió, ¿no podía sentirme mal sin que decir que soy un psicótico?

Mis ojos se llenaron de lágrimas. Quizá no fueron las mismas circunstancias, pero, joder, yo sé lo que es sentirte impotente. Ver a los demás actuando de forma distinta a la tuya. Darte cuenta de que no hay nada bien en ti...

Antes de que la primera lágrima rodara por mi mejilla, Ellis se incorporó.

Lo miré.... Y recordé su indiferencia, su comportamiento extraño. La forma en que pasó de mostrar felicidad a frialdad en cuestión de segundos...

«Ellis... pasa por cosas terribles, cosas que escapan de su control»

Me miró como si esperara a que en cualquier momento me levantara y saliera corriendo.

«¿Así es como te tratan cuando lo dices?: ¿Huyen?».

Jamás conocí a alguien con algo parecido a lo de Ellis, lo mío fue mínimo en comparación. Sin embargo, las personas como nosotros tenemos algo en común: las acciones nos afectan mucho más de lo normal. Y el rechazo... es lo peor.

—Blair, sé que mi deber fue decírtelo hace mucho tiempo, pero...

—Al diablo el deber, Ellis. Olvídalo... Te entiendo.

Se quedó atónito.

—Yo... No quiero que me veas como...

—¿Cómo? Yo sigo viendo al mismo tonto neurótico que conocí hace meses, solo que ahora sí sé que es un neurótico.

Lo dejé en blanco.

—Blair, escúchame. Yo... No te obligo a que te quedes.

» No estoy bien, Blair. El tratamiento ayuda, pero hay mucho que sale de mi control. Y sé que eso puede herirte, y no quiero hacerlo.

» Es por eso que no te juzgaré si decides dejarme, porque yo sé cuán difícil es vivir con esto, con lo que soy. No quiero involucrarte en un mundo tan turbio.

Vi su fuego esmeralda. Y hallé toda una historia en él: una que un libro no bastaría para explicar.

—Hay mucho de mí que no conoces, Blair. Mucho que tal vez si te cuento, te alejarías, o no sé...

“Mi cabeza es un jodido desastre, pero te juro que en ella estás tú, y sólo tú...”

El recuerdo de ese día, y de la carta, y de todos los momentos que vivimos después inundaron mi memoria.

—«Hay espinas que duelen, pero que, al mismo tiempo, te conectan a otra persona...» Mi corazón está conectado al tuyo, Ellis. Siempre lo estuvo.

Su cara de perplejidad fue pura.

—La carta.

—¿Eh?

—Yo... leí la carta. Lo sabes, ¿no? Y por eso es que estoy aquí... Esta es mi respuesta, Ellis.

Aunque fue claro que mis palabras le asombraron, siguió negándolo.

—Eso fue antes de que te contara...

—Sí, lo fue. Pero, ¿sabes?: No soy de cambiar de postura —Alcé la vista—: Estoy aquí, y de ningún modo pienso irme.

En sus ojos apareció un brillo que me revolvió el estómago... Y lo hizo ver más irresistible, para qué negarlo.

Luego de un extenso rato en silencio, soltó:

—¿De dónde sacaste eso?

—Mocca: Tu hijo es experto en apoyo moral.

Se rió.

—Qué te puedo decir: mi hijo ama a su madre.

—¿A su qué?

—Oh, se me olvidaron las formalidades: ¿Te gustaría ser la madre oficial de mi hijo «Mocca-doy-apoyo-moral»?

No me dio tiempo de procesarlo.

—Yo...

—Dímelo o me quedo con la custodia.

—¡No! Es decir, sí: Quiero ser la madre de Mocca.

El ambiente se liberó.

—Blair.

—¿Sí?

—Sólo... No olvides lo que te acabo de decir, y lo que te dije ese día: Mi corazón y mi mente son un desastre, pero en ellos estás tú, y sólo tú.

*****

Nota de autor:

¡Hola! Espero disfrutes de la lectura.

Aprovecho para decirte que la extensión de los capítulos será incrementada.

Como habrás notado —y por si no lo has hecho—, los capítulos más largos tienen el título de «Pasado».

Pero a medida que la historia avanza, las escenas tienen mayor peso y, por lo tanto, los capítulos son más largos. Es normal: Es parte del progreso de la trama, y espero que se entienda mi intención con esto.

Así que, desde ahora, los capítulos de «Pasado» serán cada vez menos. Y sólo aparecerán para indicar escenas muy transcendentales en la historia.

Gracias por seguir apoyando esta historia. ¡Feliz lectura!

Lo que nunca he dicho | BLAIR [Atwood 0]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora