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Pasé el día siguiente en el colegio.

Las horas pasaron con lentitud. Me dediqué a pasar el resto del día en casa, acurrucada en mi cama, con Mocca echado junto a mí. Me levanté dos veces: una para ir al baño. La otra para abrir la nevera, pillar un pedazo de queso y volver a mi cuarto.

No pegué un ojo en toda la noche.

Al día siguiente, no me entraron ganas de ir al colegio. Ese día también me levanté dos veces: una para ducharme y ponerme la misma ropa, y otra para coger unos trozos de pan.

De nuevo, me mantuve despierta toda la noche.

Así transcurrió una semana.

Fue el viernes que se me ocurrió coger el celular. Me sorprendí al ver tantos mensajes y llamadas perdidas. La mayoría, de mis compañeros de clase. Otros, de mi madre.

Pero ninguno de Ellis.

Fue el sábado que me cansé y llamé a la madre de Ellis. Me dijo que lo vio poco en casa, y que pasaría el fin de semana en la cabaña de su padre.

El sitio resonó en mis oídos.

El sábado reuní la poca energía que me quedó, y horas después, me encontré frente a una cabaña a las orillas del lago.

La falta de sueño no impidió que entrara. No obstante, conseguí a Ellis a varios metros de ahí, sentado en una roca del tamaño de un auto.

Llevó encima un abrigo con aspecto de gabán, pero con el grosor suficiente para protegerlo del frío incipiente. El cabello le cayó en la frente, urgido por un corte, y sacudido por la ventisca.

Tomé asiento a su lado. Su cuerpo permaneció inmóvil, dándome la impresión de que ni siquiera pareció notarme. Justo cuando creí que no hablaría, su acento británico me sacudió:

—Mi padre solía traerme aquí a pescar.

Asentí, sin saber qué decirle. Sentí que pasaron horas cuando sus ojos se pusieron vidriosos:

—¿Cómo es posible que un día estuvo ahí donde estás tú, y a la mañana siguiente, su cuerpo apareció quemado en un incendio?

Sólo hice como si nada, y hasta le di una sonrisa triste.

—Mi padre solía llevarme a mi madre y a mí a la noria del pueblo —Miré el agua frente a nosotros— ¿Cómo es posible que una noche lo hiciera, y que en la madrugada, sufriera un aneurisma inminente?

Ellis alzó la vista. A pesar del clima, su cercanía erizó cada espacio de mi piel.
—Todos pasamos por momentos difíciles. Todos sufrimos de manera inevitable... La diferencia está en cómo decidimos cargar con cada herida, y cómo trabajemos para sanar y seguir adelante.

No dijo nada más.

Eché la vista a su perfil. Su rostro se mantuvo exento de emoción. Sin embargo, noté algo distinto.

Sus dedos hicieron amago de rozar el dorso de mi mano. Al volverme, sus ojos seguían en alguna parte del horizonte.

Pasó una eternidad cuando alcanzó mi mano y la sujetó con fuerza.

—Joder, Blair.

¿Quién necesita un apodo cuando alguien puede hacerte temblar con sólo decir tu nombre?

—Yo... lamento no ser lo que esperabas. Lamento hacerte daño... Pero está en mí. Esta es la peor versión de mí, pero te juro que puedo trabajar para mejorarla. Para hacerla adecuada para ti.

Entrelacé mis dedos a los suyos.

—No, Ellis: tu trabajo debe ser por ti y para ti. Yo no tengo nada que ver.

Su fuego esmeralda me miró sólo a mí, y por un segundo me olvidé hasta de dónde estábamos sentados.

—Sí, sí tienes que ver: Tú me demostraste que aún hay esperanza para mí... Sólo te necesito a mi lado para dar el primer paso.

Lo que nunca he dicho | BLAIR [Atwood 0]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora