54

4 0 0
                                    

—Qué gusto verte, Blair.

Allí está. La persona que me vigiló. La causa de toda la paranoia que estuvo acabando conmigo.

Él…

—Perdona, no quise que pasaras por el cuarto de neutralización psíquica. Fue para valorar tus niveles cerebrales que, por cierto, te felicito: Es difícil que alguien sobreviva con ellos.

Miré su cara. Y sus ojos... Su fuego ambarino que, de pronto, no pareció tan atractivo.

Todo lo que pude decir fue:

Suffocant in tua saliva, tu stupri psychopath.

—Me ofende ser insultado por tu latín, Blair.

—Te mataré. Por todos los cielos que lo haré en cuanto te arrepientas y me saques de aquí…

—Oh, dulce Blair, ¿qué te hace pensar que me arrepentiré de esto?

Ausubel me aturdió. Quise todo de él muerto, fuera de mi vista.

—Tu silencio lo interpreto como respuesta, Blair.

—Me vale tres hectáreas el silencio, y lo que sea que tienes pensado hacer.

—Créeme, bonita: lo que tengo para ti te interesa más que nada…

—No me interesa...

—…porque incluye a Ellis.

Tragué con terror.

—¿Qué le hiciste?

—Nada importante. Te invito a sentarte…

—¿Esperas que después de lo que sea que me hiciste en el parque y ese cuarto, iré a charlar contigo?

—Pues sí.

—Y encima lo de Ellis…

—¿No te cansa pensar siempre lo peor? Debe ser mentalmente agotador.

Mi tono se volvió demandante.

—Qué le hiciste.

—Mi paciencia es oro, Blair. Pero no quiero callarte.

—¿Ah, sí? ¿Cómo?

—Sólo te recomiendo cooperar. Sin segundas intenciones…

Me revestí de obediencia, lo seguí y me senté frente a él. Haría todo lo que me pidiera, con tal de ganar ventaja. El problema es que sus ojos me miraron el alma. Y sentí que mis intenciones serían descubiertas.

—Más te vale empezar a hablar, Ausubel.

—La idea es que lo hagamos los dos.

—Y un comino: Se supone que las respuestas las tienes tú.

—Qué pena: yo quería cotillear. Pero ni modo…

Así, presionó una serie de botones de un control remoto. No tuve idea de qué hizo hasta que se accionó un cerrojo tras de mí, tras la pared.

Lo primero que vi fueron diplomas, certificados, y toda una serie de reconocimientos ordenados por fecha y tamaño.

Eran suyos, y todo lo que nos rodeó también. ¿Era su casa? ¿Un psiquiátrico? ¿Por qué tanto… modernismo?

Los diplomas tras de mí desaparecieron.

—No todo lo que brilla es oro, Blair, y eso te lo puede asegurar cualquier superdotado.

Se levantó. El contraste de su traje, y la copa en sus dedos lo hicieron imponente. Lo escuché con atención:

—Tener un coeficiente alto es bueno. El más alto, extraordinario. Pero, ¿el más alto del país…? Inconmensurable. Y fue mi caso, por varios años —La luz de la lámpara se reflejó en su copa—. El cambio de vida es grande. Aunque, si me lo preguntas a mí, todo me pareció… ¿cómo es que lo dicen las personas comunes? Ah, sí: estúpido y aburrido.

—Ser superdotado no es ser Dios.

—No… Pero así pasa lo interesante.

» La gente te olvida. Es el mecanismo de la sociedad. Lo relevante pasa a ser irrelevante, y hablarte de dicha psicología por horas. Pero a lo que quiero llegar es que, incluso teniendo una mente brillante, es necesario que tengas algo… especial. Y si no lo tienes, eres un fracaso.

—Sigo sin entender por qué me secuestraste.

Se detuvo y se rio. Con ganas.

—Dime, Blair, ¿te secuestré? ¿Te obligué a venir, te perseguí, o te traté como lo haría cualquier delincuente? —Se sirvió más champán—. Cuando tengas argumentos...

—Me retienes aquí, contra mi voluntad.

El golpe de la botella contra la mesa me asustó.

—Blair, ¿tienes cadenas? ¿Grilletes? ¿Barrotes en la puerta? —Presionó un botón del control. En la pared apareció una puerta—. Puedes hacerme creer cualquier cosa, bonita, pero que te secuestré… es difícil.

Volvió a presionar el botón y la puerta desapareció.

—Blair, ¿sabías que hay superdotados que no saben que lo son? Imagínate: inteligencia escondida entre ansiedad, TDAH, autismo… Trastornos esquizoafectivos…

Su rostro permaneció pétreo, desafiándome a mirarlo.

—Qué quieres decir…

—Muchos me insultaron, Blair. Me dijeron que moriré y a nadie le importará. Pero ¿qué pasa si cambio eso? ¿Si encuentro “algo especial”? Quién diría que ese algo sería Ellis... Mi primo, el desquiciado.

Me levanté furiosa.

—¡Ellis no es un desquiciado!

—Esquizofrenia, estrés post traumático, violencia… ¿Eso no es ser desquiciado, Blair?

—Tú no sabes…

—No me interesó descubrir a Ellis. Pero descubrí su mente… Y decidí usarla para ejecutar el proyecto más grande de mi carrera.

Las luces se apagaron. Y se encendió un proyector que dirigió su luz a mí. En mi cuerpo, leí un título:

Gifted: El paso de la ciencia al restablecimiento mental

—“En un mundo de locos, tener sentido no tiene sentido”… ¿Te suena, Blair? Es de tu película favorita. De hecho, es tu favorita desde que tenías cinco años, siete meses y diez días. Justo cuando tu padre, 56 días antes de morir, quiso dejarte una enseñanza, y es justo lo que quisiste hacer hace ochenta y cuatro horas, en tu casa con Ellis… ¿me equivoco?

No.

Esto no puede estar pasando…

Miré la luz sobre mí. Retrocedí y choqué contra el pecho del doctor que de narró mi vida como si fuera un análisis.

Sus dedos viajaron por mi mandíbula:

Gifted es el proyecto que me hará ganar el premio Nobel. Y tú, mi querida Blair, eres el principal objeto de estudio.

Lo que nunca he dicho | BLAIR [Atwood 0]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora