El periodista de investigación Bertram Kastner despierta en un edificio abandonado. Enseguida descubre que su vida ha cambiado de forma radical, siendo un gran peligro para su familia. Por ello, decide abandonar su ciudad en busca de respuestas sobr...
Con la intención de abandonar las inmediaciones lo antes posible, Erika le indicó al taxista a dónde debían dirigirse sin esperar a que su compañero terminara de acceder.
– A la estación de tren, por favor.
Bertram se apresuró en entrar al taxi, manteniendo vigilada la salida del aparcamiento y dando por hecho que Niels aparecería en cualquier momento. Por su parte, el conductor observaba tranquilamente por el espejo retrovisor cómo Bertram subía al vehículo antes de reanudar la marcha.
– ¡Acelere! – exclamó éste al taxista en el momento que vio a Niels saliendo del parking junto a uno de sus matones.
Sin gran dilación, el conductor puso ágilmente la marcha y pisó el acelerador a fondo, aún con la puerta de Bertram abierta. El ruido que provocó el coche llamó la atención de Niels, quien señaló hacia el vehículo que se alejaba a toda velocidad. Tanto él como su ayudante comenzaron a perseguir el taxi, aunque, debido a sus numerosas heridas, Niels no era capaz de avanzar demasiado. Sin embargo, su lacayo adquirió una velocidad superior a la del vehículo, lo que provocó que comenzara ganarles terreno.
Ante aquella situación, Erika y Bertram eran conscientes de que iban a ser alcanzados en cuestión de segundos.
– ¡Vaya más rápido! – ordenó Bertram al taxista mientras observaba cómo su persecutor realizaba un salto sobrehumano.
Por los pelos, había conseguido esquivar un coche que estuvo a punto de atropellarlo. Mientras que no le quitaba la vista de encima, Bertram dedujo que debía tratarse de otro vampiro, por el gran esfuerzo físico que estaba realizando sin desgastarse ni un ápice. Pero algo más llamó su atención: el vehículo que casi les ayuda a deshacerse del matón que les perseguía.
– ¿Has... has visto ese coche? – preguntó un Bertram incrédulo a Erika al ver que el vehículo se había desvanecido como si de un fantasma se tratara.
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Pero Erika, absorta en el cazador que cada vez estaba más cerca de ellos, ignoró la pregunta de Bertram. Sólo les separaban diez metros, por lo que el momento del alcance era inminente.
– Gire a la derecha. – le pidió Erika al taxista.
– Pero, por ahí no se va a la estación. – respondió éste poniendo en duda la indicación de Erika.
– ¡Gire a la derecha de una vez! – insistió Bertram de forma tajante.
Sin volver a dudar, el taxista dio un volantazo hacia la derecha en cuanto llegó al siguiente cruce. Agarrados al asiento para no volcar, los vampiros observaron cómo su persecutor continuaba recto en vez de girar también a la derecha. Bertram fue consciente de que, de alguna forma, Erika estaba influyendo en la percepción del vampiro que les perseguía. Y parecía que había conseguido engañarlo.