[Historia 2] Alger Furst - 5

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   Una súbita sensación de valentía invadió el cuerpo de Alger de pies a cabeza. No vaciló ni un segundo a la hora de levantarse y quedar totalmente expuesto en el centro de la azotea. Tenía claro su objetivo: servir de elemento distractor para el soldado armado y así darle más opciones de huir al muchacho. Tragó saliva, respiró profundamente y confió en que su voz fuera capaz de llegar hasta su enemigo.

—¿Qué haces disparando a una simple piedra en vez de venir a por mí? ¡Jundiun ghabi! —gritó a pleno pulmón, incluyendo un insulto en el idioma del militar—. ¿Acaso tienes que presumir con ese rifle porque el otro no te funciona?


   A pesar de que le hubiera gustado controlar más el dialecto de la zona para que su provocación se hubiese entendido de forma íntegra, quedó más que satisfecho con lo que había dado de sí su torrente de voz. Se lamentó por haber abandonado la afición de cantar tras terminar la universidad y salir del coro. Aunque reconoció que lo que más le motivaba era el éxito que tenía con las chicas, las cuales quedaban encandiladas con su talento.


   Sirviéndose de nuevo del objetivo de la cámara de fotos para poder observar al guerrillero en la lejanía, permaneció expectante ante las primeras reacciones de este. Notablemente alterado cual basilisco, el ofendido soldado se revolvía de un lado a otro intentando sin éxito determinar la procedencia de aquellas palabras que habían atacado de lleno su ego. Alger no pudo evitar soltar una carcajada por lo chistosa que le pareció esa visión.

¡Muéstrate, sabandija extranjera! —consiguió entender de entre todas las lindezas que le dedicaba el iracundo soldado.


   A sabiendas de que en cualquier momento podría percatarse de la huida del chico y tirar por tierra su plan de distracción, Alger decidió darle la puntilla revelándole su posición y así incitarle a abandonar aquella terraza. Para ello, debía valerse de la linterna que tenía guardada en la mochila.

¡Ven aquí teniendo cojones y resolver esto cara a cara! —exclamó en su imperfecto dialecto del árabe para desafiar al miliciano, a la vez que encendía y agitaba la luz para llamar su atención.


   A través del improvisado aumento pudo apreciar cómo su cabeza parecía un volcán a punto de estallar; sin duda, ya le había localizado. Rápidamente, Alger se tiró al suelo de la terraza nada más ver cómo el soldado enfilaba el rifle hacia él, justo cuando comenzaba a vaciar el cargador de manera indiscriminada pero inútil, por la gran distancia que les separaba.

—Agh... ¿es que este hombre sólo sabe arreglar las cosas gritando y disparando aunque no tenga a nadie a tiro? —soltó Alger mientras permanecía a cubierto—. Al menos he conseguido que se mantenga ocupado conmigo.



   Las balas silbaban por encima del muro que le servía de parapeto, sintiendo de vez en cuando cómo alguna descarriada impactaba contra la pared de la azotea. El ruido continuo de las detonaciones del rifle no le permitía apreciar nada de lo que el miliciano expelía por su boca, aunque era consciente de que sus palabras no le guardarían demasiado cariño.

—Y ahora, ¿qué hago? Podría irme a la terraza de la casa de al lado y prepararle alguna emboscada en la que arrojarle alguna piedra si se digna a venir hasta aquí —se puso a divagar Alger para darle continuidad a su estrategia—. Pero el hecho de que él esté armado con un rifle, complica demasiado el asunto. Ojalá se le acabe antes la munición...



   Enseguida se percató de que ya no se escuchaban más disparos ni tampoco los gritos del encolerizado miliciano.

—¿Se habrá decidido por fin a venir para acá? Quién sabe... Me gustaría poder echar un vistazo, pero, ¿y si está esperando a que asome la cabeza por encima del poyete?

Bertram Kastner: El Origen OlvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora