Bertram Kastner - 3

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– No podemos ir a tu casa ahora mismo. – dijo Bertram acercándose a Alger. – No hasta que averigüemos quién nos está vigilando.

– Así que por eso estás tan tenso. – le comentó Alger entregándole la maleta. – Vale, veamos a quién has molestado esta vez. ¿Cuántos son y por dónde están?

– Por lo menos es uno, no sé si habrán más. – contestó Bertram empezando a caminar hacia el lugar donde vio fugazmente al extraño personaje. – No sé quién puede ser, pero podría ser peligroso para ti.

– ¿Y en vez de para mí, no será peligroso para ti? – se jactó Alger sin poder evitar soltar una carcajada. – Yo aún no he perdido mi instinto de supervivencia, no como tú. ¿O hace falta que te recuerde todas las vidas que me he dejado a lo largo del planeta?


   Bertram no pudo evitar sonreír al aceptar que Alger tenía razón en aquello. Por su trabajo de reportero, había estado en numerosos hervideros de conflictos y catástrofes a lo largo del mundo durante estos años. La última vez que estuvo en Irak, se le llegó a dar por muerto debido a que durante varios días desapareció en una ciudad que fue invadida. Esperaba ansioso a que le volviera a contar cómo logró escapar vivo de allí. Y hacía poco tiempo, trabajó cubriendo el último atentado terrorista ocurrido en París, cuando nadie más había tenido el valor de ir hasta allá. Seguro que esa noche le podría ser de mucha ayuda; y más, jugando en casa.

– Si te están vigilando sólo a ti, es mejor que nos separemos. – sugirió Alger. – Yo me mantendré a una distancia prudencial para intentar ver sin ser visto.

– Nos reuniremos aquí en una hora si no nos encontramos antes. – dijo Bertram mirando su reloj. – Lleva mucho cuidado, amigo.

– Mejor dicho, que tengan cuidado ellos de nosotros. – replicó un Alger ansioso de emociones, dándole la mano y despidiéndose como si nunca más se volvieran a ver.


   Conforme éste se alejaba, Bertram miró a su alrededor, intentando decidir hacia donde serían sus próximos pasos. Se esforzó por revivir la visión de las ovejas, pero eso no le llevó a nada. Sin embargo, sí que notó cierta curiosidad por cruzar la calle, como si hubiera algo que le invitara a ir hacia allá.


   Después de llegar al otro lado de la calzada, continuó deambulando por las calles, sin rumbo fijo, pero como si supiera con quién tenía que encontrarse. Dejó atrás el recinto universitario y se adentró en un área residencial con varias zonas de jardines y pequeños bosques. Había muy poca gente despierta cerca, pero podía sentirlos a todos, incluso a Alger, que debía estar siguiendo sus pasos.


   Sin embargo, comenzó a percibir cada vez más cerca a alguien muy distinto a los demás

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   Sin embargo, comenzó a percibir cada vez más cerca a alguien muy distinto a los demás. Alguien más frío que el resto de los que estaban a su alrededor. Alguien del que no podía oír el ritmo de sus latidos del corazón. Alguien que todavía tenía algunos rastros del misterioso halo rojo. Había dado con el lobo de su visión. O más bien, sin saberlo, había ido hacia donde éste quería llevarlo.


   Bertram se adentró entre el conjunto de árboles del parque, donde estaba su objetivo. Al estar apartados de las farolas, a duras penas podía distinguir sus rasgos. Sí que pudo observar que era un hombre alto, de pelo corto y envuelto en un abrigo largo y oscuro.

– Buenas noches y bienvenido a Stuttgart, joven visitante. – saludó esta persona. – ¿Sería tan amable de contarme qué ha venido a hacer aquí?

– ¿Quién te crees para preguntarme eso? – replicó Bertram molesto por el tono tan rimbombante de la pregunta. – No es de tu incumbencia.

– Claro que lo es. – respondió mientras comenzaba a andar alrededor de Bertram. – Usted ha venido hasta mi despensa y quería tomar prestado uno de mis manjares sin habérmelo consultado antes.

– ¿Manjares? ¿Qué manjares? ¡Son personas! – gritó ofendido Bertram.


   El extraño soltó una carcajada.

– ¿Todavía no ha superado esa fase? – respondió desafiante. – Su bestia interior no piensa lo mismo que usted. Y seguro que pronto estará hambrienta.


   Algo empezaba a hervir en el interior de Bertram conforme el otro vampiro se le acercaba, mientras seguía rodeándole. Era una mezcla de cólera y de la sensación de sed que había experimentado el día anterior.

– Tranquilo, ya que ha venido hasta mi ciudad, le permitiré echar un trago por esta noche. – añadió el vampiro. – Si no, no sería un buen anfitrión, ¿no es cierto? ¿Será usted un buen huésped?


   Desde la noche pasada en que Bertram despertó siendo un vampiro y bebió la sangre del primer viandante con el que se cruzó, no había vuelto a alimentarse. Sentía como estaba casi vacío de ese líquido vital y que necesitaba saciar su sed más pronto que tarde. Pero le frenaba el miedo y el horror que le producía el poder matar a una persona por beber su sangre.

– Vamos, aproveche esta oportunidad. Precisamente por aquí tenemos un voluntario que se ha prestado para la ocasión. – comentó señalando hacia uno de los árboles del parque.


   Tras él, se encontraba Alger, que había llegado escasos momentos antes a la reunión. Bertram dirigió la mirada hacia el árbol que le indicaba con su huesudo apéndice de la mano, pudiendo ver la cara de extrañeza de Alger. Mientras, el vampiro se había acercado lo suficientemente a Bertram como para darle un empujón hacia donde estaba su amigo.


   Pero no se trató de un simple toque. Durante el corto instante que supuso el contacto entre ambos vampiros, algo en su interior se despertó.


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Llega la hora de decidir. Toda esta tensión provoca que Bertram haga algo casi sin pensar. ¿Qué hará inmediatamente?
Elige una de estas opciones:
A) Correrá hacia donde está Alger, lo agarrará y empezará a beber su sangre.
B) Correrá hacia Alger decidido a beber su sangre, pero en el último momento frenará.
C) Se revolverá contra el vampiro para darle una patada.
D) Saltará hacia el vampiro con la intención de beber su sangre.

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Bertram Kastner: El Origen OlvidadoDonde viven las historias. Descúbrelo ahora