C a p í t u l o 19

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S I L V I A

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S I L V I A

Coloco las piedras en su lugar con la ayuda de mi pico y pongo cola en la fisura para sujetar bien las piezas del prototipo. Quiero volver a mirar qué hora es en el microondas, pero me abstengo porque sé que no han pasado más de dos minutos desde la última vez que lo he mirado.

Ya son más de las seis. Jorge llega tarde. Y eso es algo muy raro en él.

Pero a medida que avanzan los minutos, siento que me estoy mosqueando porque tampoco ha llamado y me ha pedido explícitamente que lo esperara en casa. Jorge no suele hacer estas cosas, pero cualquier otro tío que conozco sí. Y yo soy la típica a la que pueden tratar como una mierda y hacerla esperar porque se lo paso.

Al menos, durante un tiempo.

La pizza que he pedido, mitad de pepperoni y mitad de tacos, ha llegado hace una hora y la he metido en el horno para que no se enfríe. Mi ensalada, en cambio, la he guardado en la nevera, para mantenerla fría. Incluso he encendido la tele; solo tenemos que darle al «Play» para ver Jóvenes ocultos, el siguiente título de nuestra lista de pelis de miedo de los ochenta, pero estoy sola.

Otra vez.

«Vale.» Podría estar terminando algo en el trabajo. Tendría sentido y ya soy mayor para entenderlo. No necesito que me cojan todo el tiempo de la mano. También podría haber tenido un accidente, pero esto ya es un caso mucho más extremo y tampoco quiero ser de esas que llaman para preguntar. Se pensará que estoy... pillándome o vete a saber.

Pego las bolas de cristal en la base de lo que pronto será un riachuelo y voy dejando que se esfumen los minutos, junto con su oportunidad de estar conmigo, mientras me quedo aquí sentada, esperándolo, cada vez más cabreada.

Ha sido un día maravilloso. Me he despertado dolorida, pero casi ni me he dado cuenta porque los recuerdos de anoche han hecho que no parara de ruborizarme. Jorge no había perdido para nada la práctica. He recogido los pedazos de la lámpara que rompimos anoche y he arreglado la mesita sin conseguir borrar la sonrisa de mis labios.

También he limpiado la lavadora, porque aún quedaban restos del vaso del A&W que ayer eché dentro. Menos mal que Jorge no se ha enterado de esto, cambiaría de opinión sobre si soy o no adulta.

No quería deshacerme de su olor, pero, después de haber fregado la casa entera, he tenido que pegarme una ducha urgentemente. Después he llamado a Cam para pedirle que me dejara el coche y poder ir a cobrar al Grounders; además, también tenía que hacer unos cuantos recados.

Tanto Shel como mi hermana me han mirado como si sospecharan algo; les habrá extrañado que fuese corriendo de un sitio a otro, pero la verdad es que he pasado de ellas.

En solo unas horas, sus ojos volverían a mirarme a mí. Y eso me encanta. Esta noche podríamos nadar o poner algunos cojines y mantas en la caja de la camioneta y enrollarnos por ahí. O quizá podría provocar una discusión para que me reclinara en la mesa de la cocina y me azotara.

«Qué tonta.» Esto no son más que fantasías y expectativas que siempre van a estar muy por encima de la realidad. Y ya debería saberlo, porque aquí estoy yo: sentada esperándolo para que, cuando llegue, me encuentre a su entera disposición.

Al cabo de un rato, vuelvo a mirar el móvil para ver si me ha mandado algún mensaje.

Nada.

Miro la hora otra vez. Ya son casi las siete. Llega dos horas tarde.

Sabía que lo estaría esperando. Si no me ha llamado, es porque quizá sí que le ha pasado algo.

Marco su número y me preparo para sentirme o muy dramática en caso de que no esté en urgencias o muy mal en caso de que sí que esté y haya desconfiado de él.

Salta el buzón y cuelgo. Casi sin pensarlo, me levanto, me acerco a la nevera y paso el dedo por la lista de contactos de Jorge. Veo el teléfono de Dutch y lo marco mientras pienso qué le voy a decir sin sonar desesperada.

Suenan tres tonos de llamada antes de que responda.

—¿Hola?

—Ey, Dutch —me apresuro a saludar intentando sonar alegre—. Soy Silvia. Perdona que te moleste; como Jorge casi nunca lleva el móvil encima, he pensado que quizá sería mejor llamarte a ti. Estoy a punto de irme a trabajar y he perdido la llave de casa. —Me humedezco los labios y el corazón me late con fuerza—. ¿Habéis terminado ya en la obra? No sé cuándo volverá Jorge y no quiero marcharme y cerrar solo de un portazo.

—Hemos terminado hará ya un par de horas, cielo —me cuenta—. Yo estoy en casa; Jorge se ha ido a tomar unas cañas al Poor Red's con los demás. Estoy seguro de que, si lo llamas, vendrá corriendo y cerrará por ti.

Se me cierra la garganta y las lágrimas me queman en los ojos.

Ha salido.

Me obligo a sonreír con la esperanza de que eso camufle la mala leche que siento ahora mismo.

—Claro, eso haré. Gracias.

Cuelgo, cierro los ojos y me obligo a tranquilizarme. Ha salido. Y ni siquiera me ha avisado. Me ha dejado aquí esperándolo, sin más.

Pestañeo para apartar el escozor de mis ojos y me niego a que me duela. Le había cogido cariño. Y me lo he tirado. Pero no le quiero, y yo a él, claramente, le importo una mierda. Ya ha conseguido lo que quería.

Todo eso de ser tan posesivo y su necesidad de vigilarme y protegerme no ha sido más que una farsa para que me quedara y pudiera acostarse conmigo. Al principio se iba resistiendo porque se sentía mal, pero, en realidad, estaba ganando tiempo para convencerse de ello. Su plan siempre fue meterme en su cama. Y ahora que ya lo ha conseguido, ha perdido el interés. Quizá April también está en el Red esta noche y pueden continuar donde lo dejaron ayer.

Gruño y le doy una patada a una de las sillas.

Estas cosas a mí no me pasan. Ya no. Esto se acaba aquí.

Cojo el teléfono y marco el número de Cam porque me acabo de acordar de qué día es hoy.

—Ey, ¿qué tal? —responde.

Encorvo mis labios. De repente, me siento muy atrevida.

—Creo que quiero ver mi primer concurso de camisetas mojadas.

Ahoga un grito y grita al teléfono:

—¡Toma!

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