C a p í t u l o 12

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J O R G E

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J O R G E

—¿Silvia?

Miro a derecha y a izquierda a medida que avanzo por los pasillos. La he perdido hace como diez minutos. «¿Dónde narices se ha metido?»

Los chicos y yo hemos acabado de trabajar temprano en la obra y, como aún no había caído la noche, he vuelto a casa y me la he encontrado arreglando el huerto. Silvia quería venir a buscar una malla de alambre o algo así para las tomateras y yo he pensado que podría aprovechar para hacer un parterre de piedra alrededor del árbol que hay en el patio trasero. Nos hemos subido a la pick-up y hemos puesto rumbo a Home Depot.

Sin embargo, la he perdido después de hacer el pedido de la piedra que voy a necesitar.

Por fin la veo al final de uno de los pasillos, rebuscando en una caja baja que hay en uno de los estantes. Se levanta, saca un panel de azulejos, lo sostiene en alto y lo estudia. Me acerco a ella, decidido, con las dos nuevas herramientas de jardín que acabo de escoger.

Hoy está guapísima y, cada vez que la miro, mi cuerpo reacciona de una forma extraña, como si mis músculos estuvieran recubiertos de cables de alta tensión. Camiseta negra, pantalones cortos blancos, el pelo suelto y desenfadado, y poco maquillaje. A Silvia no le hace falta ponerse nada extravagante para estar guapa. Es la hija de un granjero y, años atrás, ese era justamente mi tipo.

Agito la cabeza para deshacerme de esa imagen.

—¿Qué es? —le pregunto caminando hacia ella.

Me mira con el panel al aire.

—Un protector antisalpicaduras.

Alargo el brazo que tengo libre y paso el pulgar por encima de los azulejos que hay pegados al panel.

—¿Un protector antisalpicaduras?

—Te dedicas a la construcción. —Me reprende con la mirada—. ¿No ves nunca programas de reformas? Los protectores antisalpicaduras están muy de moda; todo el mundo los utiliza para decorar los interiores.

—Lo he visto —le aseguro bajando la mano—. Pero... no sé. No creo que sea necesario comprarlo.

Pone los ojos en blanco y vuelve a clavar la vista en los azulejos.

—Los detalles son los que le dan personalidad a una casa. Una bonita lámpara de araña, la alfombra adecuada y un protector antisalpicaduras. —Le da la vuelta al panel justo delante de mí, y me lo enseña—. Es muy «tú». Quedaría superbién en la cocina tal y como la has arreglado.

—Conque muy «yo», ¿eh? —Se me escapa una risita y la miro a los ojos—. ¿Y cómo soy yo?

Se le deshace la sonrisa y un destello de sorpresa le ilumina los ojos.

Pestañeo.

—No quería que... sonara así —me justifico.

No es por lo que he dicho, sino por cómo lo he dicho. Ha sonado demasiado sugerente.

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