C a p í t u l o 20

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J O R G E

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J O R G E

Aparco en la entrada pasadas las nueve y dirijo la mirada hacia mi casa. Silvia no estará durmiendo, y la verdad es que, en comparación con hace cuatro horas (cuando he acabado de trabajar), tampoco es que esté en mejores condiciones para ponerle las cartas sobre la mesa. Pero no puedo seguir posponiéndolo. Tenemos que hablar.

Hay una lucecita encendida en la cocina; seguramente sea la de los fogones. El resto de la casa, sin embargo, está a oscuras, y una parte de mí desea que esté durmiendo, porque no quiero tener que hacer esto.

Salto de la camioneta, pego un portazo y voy hacia el porche. Meto la llave en la cerradura, la giro, abro la puerta y entro en el salón, a oscuras. No hay ni pizca de luz en toda la casa y no oigo música. Soy consciente de que lo de haberla dejado plantada no le habrá hecho gracia alguna. Me ha llamado hace un par de horas, pero no ha dejado ningún mensaje. Está enfadada, seguro.

Cojo aire y huelo a queso caliente y a carne picante de inmediato. «Pizza.»

Entro en la cocina, abro el horno y me encuentro con una caja grande de la pizzería Joe. La saco y la dejo encima de los fogones.

La abro y veo que la pizza está entera. No se ha comido ni un trozo.

Se me forma un nudo en el estómago y me siento como el culo. Sabía que habría preparado algo para cenar. Vuelvo al salón, cojo el mando a distancia y enciendo el televisor. La pantalla pasa de negro a la portada de Jóvenes ocultos en la aplicación de Netflix. Silvia lo había organizado todo para esta noche.

Subo la escalera y me detengo justo delante de su habitación. No se cuela ni un rayo de luz por el umbral de la puerta.

Llamo dos veces y espero. Al ver que no responde, giro el pomo y la abro.

La luz de la luna baña ligeramente la habitación. Su cama sigue hecha y el cuarto está vacío.

Se me acelera el pulso. Su coche todavía no funciona. ¿Dónde habrá ido?

Igual ha tenido que ir a trabajar al final. Vuelvo a mirar el móvil, por si me ha dejado algún mensaje, pero no hay nada.

Quizá la ha llevado su hermana.

Pero, si hubiese tenido que ir a trabajar, me habría avisado.

Marco el número de Silvia. Bajo corriendo la escalera mientras suenan los tonos de llamada y apago la tele.

Cuando al final lo coge, una música a todo volumen me golpea el oído. Dibujo una mueca y me separo un poco el teléfono del oído.

—Ey —dice sorprendentemente... tranquila.

—¿Dónde estás?

—Fuera —responde—. Volveré más tarde.

—¿Estás trabajando?

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