C a p í t u l o 25

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J O R G E

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J O R G E

Paro delante de la casa de Lindsay y echo una ojeada al aparcamiento para ver si encuentro el Challenger de Cole. No lo veo, pero con la que está cayendo tampoco es que haya mucha visibilidad. Llevo veinticuatro horas llamándolos sin parar, a él y a Silvia, pero ya no puedo más. Si mi hijo quiere tiempo, se lo daré. Si necesita espacio, también.

Solo necesito pedirle disculpas a la cara. Necesito que sepa que le quiero y que no era mi intención que pasara esto.

Sé que no me escuchará y que seguramente esté tan enfadado que no oiga ni una palabra de lo que le quiero decir, pero no puedo seguir de brazos cruzados.

Salgo de la camioneta, corro hacia casa de Lindsay y, cuando ya estoy a cubierto, llamo a la puerta. No ha parado de llover desde esta mañana y, aunque he dado el día libre a los chicos, yo he ido a la obra y me he ocupado de algunos asuntos solo para mantenerme ocupado hasta que Cole acabara de trabajar. En caso de que ya haya empezado en ese nuevo puesto, claro.

Lin abre la puerta. Todavía lleva la falda de tubo del trabajo, pero va descalza y se ha sacado la camisa por fuera. Cuando me ve, se cruza de brazos y me mira engreída.

-Quiero hablar con él -anuncio.

-Bastante has hecho ya. -Me mira con desdén y se deshace la coleta-. Dios, y yo que pensaba que la mala madre era yo. ¿En qué estabas pensando? Te lanzaste a la ex de tu hijo como si no hubiera otras mujeres en la ciudad con las que acostarte.

-No fue así.

-Ahórrate los detalles. -Estira el brazo hacia una mesa que tiene cerca y coge un vaso lleno de lo que seguramente sea vodka con zumo de naranja-. Creías que era muy distinta a mí, pero ya ves que no. Te ha utilizado, Jorge. Te ha utilizado para tener dónde dormir, ducharse y ¿qué más? Ah, sí, le arreglaste el coche, ¿no? -Niega con la cabeza y sonríe con malicia-. A esa niña le tocó el gordo contigo y solo tuvo que abrirse de piernas. Señor, si es que a los hombres se os pone una cara bonita delante y ya perdéis el norte, ¿eh?

Aprieto la mandíbula. «Silvia no es así. No se parece a ti ni en el blanco de los ojos.»

Pero no he venido a hablar con ella.

-No tienes la menor idea de nada -gruño entre dientes.

-Oh, ¿os habéis enamorado? -se burla.

El corazón me late con más fuerza de lo habitual y me entristezco. La imagen de Silvia en la piscina hace solo tres noches me viene a la cabeza, cuando me pidió que se lo dijera a Cole y que me la llevara a la cama. A nuestra cama. Se me retuercen las tripas. La echo muchísimo de menos.

-Ay, Dios. Que la quieres -afirma Lindsay mirándome a la cara y a punto de echarse a reír.

Sin embargo, antes de que pueda decir nada, me enderezo.

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