C a p í t u l o 10

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J O R G E

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J O R G E

—Dos —le digo a Dutch y le paso las cartas que no quiero.

Aparta la vista de las suyas y me pasa dos más. Me las guardo y miro la nueva mano. Pinta fatal, pero tengo dos sietes; no está todo perdido.

Tampoco es que me importe. No soy un tío competitivo; al menos, no cuando juego a póquer, pero así hacemos algo más que hablar cuando los chicos y yo quedamos una vez al mes en mi casa. Lanzo una mirada a Dutch y luego inspecciono el resto de la mesa para ver a Todd, uno de mis capataces, Eddie, John y Schuster intercambiar u ordenar cartas. Todo el mundo deja un poco de dinero en el centro y Todd sube tres más que el resto. Se marca un farol. Los demás esperamos que sea solo eso: un farol.

—Por mí, mis hijas pueden quedarse así y no crecer, mirad qué os digo —suelta Dutch y me mira divertido.

—¿Y eso?

Menea la cabeza y suspira.

—Me volvería loco con tanto alboroto. De momento, como mucho tengo que aguantar la risita de unas cuantas niñas de ocho años cuando se quedan a dormir en mi casa.

Río para mis adentros. Arriba hay tanto barullo que parece que las paredes van a venirse abajo en el momento menos pensado. Hago una mueca. Solo son las nueve y media, pero, si en una hora no ha parado, le diré a Cole que baje el volumen de la música o tendremos a todo el vecindario quejándose. Se suponía que no iba a montar una fiesta, pero fui yo quien los animé, a él y a Silvia, a que invitaran a algunos amigos, así que supongo que la culpa es mía.

—Hasta hace dos días nos gustaba ese alboroto —señalo y le lanzo una sonrisa.

Los chicos se ríen y coinciden conmigo. Nos graduamos a la vez y la vida quiso que algunos de nosotros tuviéramos la suerte de acabar trabajando juntos, aunque John y Schuster no forman parte de la cuadrilla, uno es policía y otro, techador.

Años atrás, nos parecíamos bastante a Cole: la liábamos y, aunque nos equivocáramos, nos lo pasábamos en grande (demasiado, quizá). Yo fui el primero en sentar la cabeza y, a pesar de que ha llovido mucho desde el instituto, hemos seguido estando unidos. Bodas, hijos, un divorcio... Hemos pasado todos por el aro. Y para mí fue como un toque de atención, porque un día me di cuenta de que había estado esperando el pistoletazo que daría inicio a mi vida, a la de verdad, cuando en realidad eso ya había ocurrido y yo no me había ni enterado.

Seguía esperando un tren que había pasado por delante de mis narices sin parar en mi estación. Seguramente no me casaría nunca ni sabría qué se siente cuando tus hijos crecen a tu lado. A estas alturas, me he acostumbrado tanto a estar solo que es como si fuera hijo único.

Y los hijos únicos no saben compartir nada.

Todd sube su apuesta un dólar más y yo abandono la partida. Lin, Dutch y Eddie hacen lo mismo. Todd se queda con el bote y Dutch mezcla la baraja antes de volver a repartir las cartas.

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