C a p í t u l o 26

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J O R G E

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J O R G E

Dos meses después

Enrosco la fina cuerda de color blanco a un poste de madera, tiro de ella y la polea se mueve hacia mí. Me acerco al otro poste que he colocado en el patio trasero y también tiro de esa cuerda para asegurarme de que esté bien sujeta.

No tengo ni la menor idea de por qué estoy construyendo un tendedero.

Lo único que tengo claro es que se me están acabando las ideas. Ya he acabado la mesa de exterior con un agujero en medio para dejar las cervezas, la he pintado y he añadido bancos. También he hecho un brasero, un camino de piedras que va desde la verja que hay en el jardín de detrás hasta la puerta trasera, he abonado los parterres, he decorado el perímetro de la piscina con antorchas y he puesto una pérgola, una hamaca y hasta un estanque no muy grande con un jardín rocoso. No paro de hacer cosas porque así no tengo tiempo para pensar en que no estoy utilizando nada de esto. Supongo que ya lo aprovecharé cuando termine.

—Qué diferente está todo —puntualiza alguien.

Levanto la vista y veo a Kyle Cramer estudiando mi patio desde su balcón.

¿A este tío le pongo o qué? ¿Por qué siempre busca una excusa para hablarme?

—Tienes tiempo libre, ¿eh? —añade—. Me he dado cuenta de que las cosas han estado un poco más tranquilas por aquí últimamente.

Vuelvo a desviar la mirada hacia él y le dedico una breve sonrisa. Igual, si le presto un poco de atención, me dejará en paz.

Y sí, las cosas estaban más tranquilas. Hasta ahora.

—Oye, eh... —sigue y yo gruño silenciosamente—. Una noche te vi con Silvia.

Me detengo, levanto la vista otra vez y me lo quedo mirando. Oír su nombre me pone la piel de gallina. Hace meses que no hablo de ella con nadie.

—Mi cocina da a la tuya —me cuenta—. Era tarde y estabais en el fregadero.

Al recordar aquella noche, entro en calor. La recuerdo caminando desnuda por la cocina, de noche. No la dejé ir a por su tentempié de medianoche hasta que me hubiera dado a mí el que me tocaba. Estaba preciosa.

Me yergo y aprieto los dientes.

—¿Y te quedaste mirándonos?

—No —suelta como si fuera una respuesta obvia, pero luego sigue—. A ver, quizá lo habría hecho si no os hubierais tumbado en el suelo; ahí ya no podía ver nada.

Ríe. Si pudiese volar, saltaría la maldita valla que separa nuestras casas y lo estrangularía.

Debe de darse cuenta de que me ha cabreado, e intenta tranquilizarme.

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