C a p í t u l o 15

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S I L V I A

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S I L V I A

Hemos establecido nuevas normas.

En resumen, ahora soy su inquilina. Aunque me quedo aquí principalmente para ahorrar un poco de dinero y poderme independizar en algún momento, ya no puedo seguir viviendo a costa de Jorge como lo hacía antes. Mientras salía con Cole quizá tenía alguna excusa, pero ahora debemos llegar a un trato que sea justo. Pese a que él se niegue.

-No tienes que darme cuarenta pavos cada mes para pagar la factura del gas, Silvia.

-Pues déjame pagar la de la luz.

-¿Por qué iba a decirte que te quedaras a vivir aquí para ahorrar y hacerte gastar más dinero luego?

-Ya estoy ahorrando. Y puedo seguir ahorrando aunque pague una factura, Jorge.

-Pero, si no pagas ninguna, podrás ahorrar todavía más e irte antes.

Eso me molestó. A lo mejor no quería que me quedara en su casa y punto. Sin embargo, Jorge se dio cuenta de cómo había sonado, se estremeció y añadió:

-No, espera. No quería decir eso. Es solo que... No necesito tu dinero, ¿vale? Dejemos ya el tema, por favor.

Pero no lo dejamos. Seguimos discutiendo hasta que finalmente cedió. Ahora, quien paga la factura del gas y la compra semanal, soy yo. Eso sí: me hizo prometer que no compraría nada ecológico o bajo en calorías para sustituir sus aperitivos, y acepté. Si me pilla con el café de comercio justo o la leche de almendras le diré que se me había olvidado.

Salgo al porche de la entrada con la escoba, levanto el felpudo y lo sacudo antes de colgarlo en la barandilla. Fuera está cayendo la del pulpo; con cada gota de lluvia que cae y lo salpica todo, la calle parece más bien el mar, con la espuma de las olas y todo.

Me pregunto si Jorge tendrá buena visibilidad mientras conduzca de camino a casa. Aunque todavía es la una de la tarde y es de día (si bien el cielo está más bien gris), o sea que a lo mejor deja de llover antes de que salga de trabajar.

Paso la escoba por el suelo de madera, que está seco porque queda protegido por el cobertizo. El aire es cálido y denso, y noto la humedad en la piel, aunque, como estoy debajo de la marquesina, no me ha tocado ni una gota de lluvia. Tengo la camiseta un poco pegada a la tripa y me sujeto el pelo detrás de la oreja porque, cuando me acaricia el brazo, me hace cosquillas. Levanto la vista y veo a Kyle Cramer aparcando su BMW en la calle; sale del coche y se cubre la cabeza con el maletín mientras va corriendo hacia el cobertizo de su casa.

Me ha visto y me lanza una sonrisa. Yo le saludo discretamente con la mano.

¿Por qué no se lleva bien con Jorge?

Kyle entra en su casa y yo acabo de limpiar la poca suciedad y las hojas que hay en la entrada antes de volver a poner el felpudo en su sitio.

Aparte de pagar el gas y la compra, también me encargo de la planta baja: quito el polvo, barro, paso el aspirador y la fregona, y me aseguro de que la cocina esté limpia. Jorge friega los platos cuando cocino, y yo solo los friego cuando cocina él, aunque, ahora que lo pienso, no lo ha hecho ninguno de los tres días que llevo aquí desde que se armó ese lío. En las últimas semanas, ya me había dado cuenta de que solo cocina con lo que encuentra en la sección de congelados del supermercado (o estofados o sopas que ya vienen preparados), o sea que se podría decir que, de la comida, me encargo yo -así, en general- y él friega los platos. No me parece mal.

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