C a p í t u l o 29

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S I L V I A

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S I L V I A

Un año más tarde

—¡Si dejas de decirme todo el rato lo que tengo que hacer, aprenderé a hacerlo sola! —gruño intentando apartar las manos de Jorge del manillar.

Está sentado detrás de mí en mi quad recién estrenado. Acelera y hace que rebasemos la zanja y el barro. Ahogo un grito, me echo para atrás y el estómago me da un vuelco enorme mientras me agarro con fuerza a sus brazos para no caerme. Me río.

—Si llevaras el casco... —me riñe.

—Es que, si me lo pongo, no veo nada.

Estamos haciendo mudding. Ni que fuéramos en moto a cincuenta quilómetros por hora por mitad del barro... No necesito ponerme el casco para esto. Además, es la primera vez que conduzco un quad; aún estoy aprendiendo. Si llegamos a los doce quilómetros por hora, puede estar contento.

Pero, si no me pongo el casco, no me dejará conducir sola hasta que me haya enseñado a hacerlo como Dios manda.

De ahí que me esté dando una clase.

Conducimos por la orilla del río y el barro salpica mi nuevo ATV rojo, además de ensuciarme las botas y los vaqueros. De vez en cuando, también me caen unas gotas frías que no sé muy bien qué son en la camiseta y el pelo, que me he apartado de la cara con una gorra.

Esta semana he acabado los exámenes finales. A lo largo de los últimos días he acumulado sueño y me dolía muchísimo la cabeza, pero hoy ya me encuentro mejor. Me ha hecho ilusión que me diera esta sorpresa. La verdad es que me hacía mucha falta pasar un día entero al aire libre, con él, divirtiéndonos.

Llevaba un par de semanas con altibajos y Jorge ha tenido muchísima paciencia. Me ha preparado tentempiés y me ha dejado estudiar sin distracciones.

A excepción de las veces que, cuando estudiaba en la biblioteca (mi antigua habitación), entraba para echar un polvo rápido con la excusa de que tenía que darme un descanso.

«Bueno, si tú lo dices.»

Sonrío al recordar a Jorge asomándose a la puerta mientras yo tenía la nariz metida en el libro. Se quitaba la camiseta y me decía que iba a darse una ducha. Pero yo ya sabía cuáles eran sus intenciones, porque es consciente de que mi porno favorito es verlo en vaqueros y sin camiseta. No me resistía. Nunca lo hago. Le deseo tanto como él a mí.

Sin embargo, ahora que los exámenes ya se han acabado y que no vuelvo a tener clases hasta otoño, soy toda suya.

Ha dejado la camioneta aparcada un poco más adelante, y su quad sigue en el remolque, superlimpio y brillante.

Para, apaga el motor y hunde los labios en mi cuello para besarme.

—Tengo un regalo para ti —anuncia dulcemente.

CelebraciónDonde viven las historias. Descúbrelo ahora