C a p í t u l o 23

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J O R G E

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J O R G E

—He dejado sábanas y mantas en el sofá —explico mientras me dirijo a la cocina—. La nevera está llena. Vosotros mismos, como si fuera vuestra casa.

Cole y su madre me siguen. Cierro la puerta de la entrada y mi voz rebosa hospitalidad. Mi hijo es más que bienvenido; pero, si pudiera, a ella la mandaría a un hotel.

Sin embargo, Cole me hace sentir culpable.

—No pienso dormir en el sofá —se queja Lindsay mientras deja el bolso en la encimera—. Soy una mujer hecha y derecha; necesito privacidad.

Silvia los sigue en silencio; se cruza de brazos y se apoya en el marco de la puerta. Tiene la mirada clavada en el suelo; creo que no me ha mirado ni una sola vez desde que Cole llamó anoche. Hoy trabajábamos los dos; yo en la obra y ella tenía turno de día en el bar. Además, entre que no le ha quedado otra que sacar lo que tenía en mi baño y llevárselo al suyo, que se ha encerrado toda la noche en su habitación para hacer vete a saber qué y que yo he acabado de arreglarle el coche, casi no hemos hablado. Supongo que ninguno de los dos sabe muy bien qué decir.

Observo a Lindsay: su abundante pintalabios rojo hace juego con el sujetador de encaje que le asoma por debajo del top negro. Hace veinte años creí, durante unos cinco minutos, que era una mujer sexi y segura de sí misma; pero, ahora que he visto cómo es en realidad, ya no me parece nada atractiva.

Con suerte, solo tendré que aguantarla una noche o dos, a lo sumo. Cole volvió a casa de su madre hace un par de días, pero están arreglándole las contraventanas y necesitaban un sitio donde quedarse hasta que acaben las obras.

—Si te vas a un hotel, tendrás tanta privacidad como quieras —le recuerdo—. Ya te he dicho que te lo pagaba yo.

—Venga ya, papá —susurra Cole mientras va a por un refresco a la nevera.

Este desvía la vista hacia Silvia, pero ella no mira a nadie.

Un silencio incómodo se impone en la cocina y yo carraspeo.

—Pues, como no quieras compartir habitación con Cole, no tengo nada más que ofrecerte a excepción del sótano — le digo a Lindsay.

—¿Y la habitación de invitados? —protesta.

—Ahí duerme Silvia.

—Silvia no debería ni vivir aquí —murmura antes de volverse hacia ella—. ¿Te importaría dormir en la misma habitación que mi hijo un par de noches para que yo pueda quedarme en la de invitados?

—Ya no es una habitación de invitados —respondo de mala gana. El corazón me late con tanta fuerza que creo que se me va a salir del pecho—. Es su habitación.

Ni de puta broma...

—Menuda estupidez. —Lindsay me mira—. Soy la madre de tu hijo y necesito una habitación. —Vuelve a desviar la mirada hacia Silvia—. Has dormido un montón de tiempo con Cole. No te importará hacerlo una o dos noches más, ¿a que no?

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