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S I L V I A
—No tienes muy buena pinta, cielo.
Levanto la vista del arcón que estoy rellenando de botellas de cerveza y sonrío lánguidamente a Grady.
—Nada que una caja de galletas de chocolate con menta no pueda arreglar —tercio.
O una cubeta entera de sorbete de helado o Jorge entrando por la puerta ahora mismo, cogiéndome en brazos delante de todo el mundo y diciéndome que me quiere.
Dios, no puedo más. Estoy agotada. Anoche no soportaba la idea de mirarlo a la cara y lo único que quería era alejarme de él y desaparecer de su vida.
Cogí mi Volkswagen recién arreglado y me fui a dormir a casa de mi hermana. He venido al bar a las diez, me he preparado para empezar el turno del mediodía, y ya llevo más de doce horas trabajando. Más de lo que marca mi horario.
Sigo enfadada y mi opinión no ha cambiado; pero ahora, además, estoy triste. Le echo de menos.
Aunque, sobre todo, estoy cabreada conmigo misma.
Lo quiero y quiero estar con él, pero...
No puedo estar a su lado.
Me hace reír y, cuando estamos juntos, siento que estoy en casa. Como si lo único que tuviera sentido para mí en la vida fuera Jorge.
La cuestión es que ahora ya ni me entiendo. Si alguien quiere estar conmigo, tendrá que ganárselo.
No voy a dar marcha atrás.
—La última vez te fuiste antes de que te pudiera dar la propina —sigue Grady y se saca un poco de efectivo del bolsillo—. Toma, aquí tienes.
Me pasa un par de billetes de veinte por la barra. Me pesan los ojos de lo cansada que estoy; cierro el arcón y río por la nariz.
—Grady, no hace falta, en serio. No te preocupes por estas cosas; me basta con que estés aquí.
Lo cual es cierto. Si Grady está en el bar, no tengo que entablar conversación con nadie más mientras trabajo. No tontea conmigo ni hace comentarios fuera de lugar; además, le gusta la música que ponemos.
Dejo el dinero donde está, recojo la botella vacía, abro otra y se la doy.
—Oye, ¿me pones un par de Bud? —pide alguien desde el otro lado de la barra con el dinero en la mano.
Alguien llama al bar y responde Shel. Yo me dirijo hacia el cliente.
Abro el arcón y saco dos Bud.
—¿Silvia? —repite Shel al teléfono.
Le paso las dos botellas al tipo de la barra y la miro.