J O R G E
A la mañana siguiente, me sorprende ser el primero en levantarme. A estas horas, Silvia ya suele estar despierta y, o bien se está duchando, o bien está trabajando en su ordenador incluso antes de que me dé tiempo a bajar la escalera. Sin embargo, ahora parece que no hay nadie en casa. Abro la puerta de la entrada y veo que el coche de Cole tampoco está aparcado fuera.
Es domingo. No puede ser que ya se haya despertado. ¿Es que no han vuelto a casa todavía?
Yo voy a lo mío y sigo con lo que tenía pensado hacer por la mañana. Alrededor de las diez, quiero ponerme a arreglar el baño principal; para ello tengo que arrancar la bañera vieja y levantar las baldosas del suelo, haré mucho ruido. Llamo a la puerta de la habitación de Silvia y de Cole para asegurarme de que no están aquí.
Nadie contesta. La abro y me fijo en que la cama sigue hecha y la habitación está vacía. Supongo que anoche se quedaron en casa de algún amigo. Vuelvo a cerrarla y me pongo a trabajar.
—Ey —saluda Cole cuando entra en la cocina una hora más tarde.
Cierro la nevera, refresco en mano, y me vuelvo hacia él mientras tira las llaves sobre la encimera. Tiene mala cara, los ojos rojos y el pelo enmarañado.
—Buenas. —Señalo el armario que hay a mano izquierda —. Aquí tienes aspirinas. Bebe un poco de agua y date una ducha. Luego me ayudas con el baño.
Asiente, pero más bien parece que vaya a vomitar en cualquier momento. Está muy pálido y la verdad es que me siento mal por él. No echo nada de menos esa sensación.
—Últimamente estás bebiendo mucho —apunto.
Pasa de mí, camina hacia el armario arrastrando los pies y coge una aspirina.
—Bebes demasiado —insisto.
Sé que me ha oído porque aprieta la mandíbula, pero no dice nada.
Ojalá me hablara. Me conformaría con que discutiera conmigo, porque ya sería mejor que nada. Quiero saber qué tal le va en el trabajo, en la vida en general. Que me cuente que perdió a un amigo. No debería de haberme enterado por Silvia.
Debería haber insistido más cuando me apartó de su vida. Muchísimo más.
Pero ya sé quién es la culpable de que me alejara.
—Me porté bien con tu madre —declaro.
Resopla y da otro trago de agua, aunque sigue sin mirarme.
La cree a ella. Todavía no está listo para escuchar mi versión de los hechos, pero se la doy igualmente. —Trabajaba mucho, os mantenía a los dos y le fui fiel. — Me levanto de la silla y bajo la vista para mirarlo—. Puedes preguntarme lo que quieras; te diré la verdad.