La Eternidad (Scaloni x Aimar)

Capítulo 17

Où, rimant au milieu des ombres fantastiques,
Comme des lyres, je tirais les élastiques
De mes souliers blessés, un pied près de mon cœur.

Copiosas nubes de color algodón sucio, oscurecen el cielo porteño.

Luego del domingo de Pascua, la Facultad dictó dos días de duelo por el fallecimiento de Ángel, medida acatada con el mayor de los respetos a la memoria del joven. Pablo observa los cúmulos en el cielo, suavizados por algunas ráfagas de viento en las alturas que pintan las zonas más grises como pinceladas en un lienzo monocromático. Sentado en su cama, con sus manos rodeando sus piernas contra su pecho, el joven Aimar deja que su mirada se pierda en los altos ventanales de su habitación.

El lunes pasó en total silencio en la casa. Apenas si balbuceó un saludo matutino y nocturno a sus padres y hermanos. Sus interacciones tan solo se redujeron a comer y retirarse a su cuarto para distraer su mente con uno de sus libros favoritos, de los que trajo de España. Su zona de confort y lugar de escape a la crudeza de la realidad que lo azotaba. Y aún lo hace.

Tan solo fueron unos pocos días desde su encuentro en el Teatro Colón y un par más, desde que entró al Consejo Estudiantil. De los tres hermanos mayores, Ángel Di María Illia siempre le pareció el más cálido y accesible, incluso más que Diego. El Racine Myrtaceae siempre lo ha apoyado en su creciente relación con Lionel, pero Placente ha manejado los hilos de su relación con el menor de manera que sólo pueda ver lo que él desee que vea. En cambio, Di María no tenía miedo de mostrarse tal cual era, con sus salidas extrañas que hacían reír a sus hermanos menores, o su infinita ternura cuidando a los demás. Pero poco pudo alcanzar a conocer del mundo de aquel joven. El tiempo es finito en la vida terrenal. Las ruedas del destino de cada individuo giran por si solas y nos juegan pasadas que no podemos vislumbrar ni controlar.

Y con el tiempo, aquella sonrisa de la mañana que le daba la bienvenida a un nuevo día, se borrará en su memoria.

El día miércoles llega y Pablo es acompañado por Walter y el Ratón, como todos los días. En los rostros del alumnado, la pérdida trágica de un compañero es más que evidente. Incluso para los amigos de Aimar de toda la vida, aún sin conocerlo demasiado, sintieron el cimbronazo de un hecho cuya violencia cortó de raíz una vida que lo tenía todo por delante.

Antes de comenzar la clase, el profesor pide un minuto de silencio en memoria de Ángel. Pablo observa su pupitre con sus manos unidas al frente. Afuera, las hojas amarillentas empiezan a caer más asiduamente de los árboles que entran en el período otoñal a pleno. Es el único sonido que corta el solemne momento. La clase termina y se refugia en la Biblioteca, esperando tal vez encontrar a Lionel allí, pero no está. Luego de devolver un libro y renovar otro, se dirige al Palacio de los Árboles para buscarlo. La sala de reuniones está vacía, al igual que el resto del edificio en el parque. Aimar se queda inmóvil unos momentos, observando las sillas vacías del Consejo Estudiantil. Sus ojos miel se mueven hacia la izquierda, exactamente hacia el lugar que ocupaba Ángel.

Casi puede verlo, con sus codos sobre la mesa y su amplia sonrisa llena de dientes.

Las largas pestañas pelean un par de lágrimas que insisten en salir y gira sobre sus pies para abandonar el lugar.

Frente a él, Diego Placente Anchorena lo observa desde la puerta. "Imaginé que te encontraría acá."

Pablo intenta esbozar una sonrisa, pero falla miserablemente. "Vine a buscar a Lionel."

"Faltó. Supongo que no vendrá hoy ni mañana," responde Diego, tomándose un codo con la mano contraria.

La información no le hace ninguna gracia, pero lo entiende. Scaloni lo conoció mucho más que él y es lógico que la pérdida le haya pegado aún mucho más. Aimar asiente y se aleja caminando. Desciende lentamente las escaleras de madera y sus dedos se mueven hasta el broche para acariciarlo antes de abandonar el lugar completamente.