Capítulo 22

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A quatre heures du matin, l'été,
Le sommeil d'amour dure encore.
Sous les bocages s'évapore
L'odeur du soir fêté

A Pablo le fascina ver el trabajo del fogonero.

Mientras esperan en el andén de la estación de Retiro, los laburantes cargan el ténder con el carbón y el agua para el primer tramo del viaje a fin de alimentar a la locomotora. El ayudante del maquinista mete a palazo limpio más y más carbón al hogar, rojo de brasa en su interior, casi listo para arrancar la travesía. El bullicio de las familias y los niños que corretean entre maletas y bultos, le molesta, pero pronto se terminará apenas aborden y ocupen su camarote de primera clase.

Finalmente llegaron las vacaciones para los estudiantes tras las fiestas de fin de año y Lionel convenció a sus padres que lo dejen ir a la estancia en Pujato con Pablo para descansar tranquilos. El patriarca Scaloni prefirió quedarse en la ciudad atendiendo sus negocios y el resto de la familia se adhirió al plan. Por lo tanto, los muchachos tendrían toda la casa de campo para ellos solos durante diez días. Un plan soñado.

"¡Primera clase por aquí, por favor!" anuncia el empleado a cargo de los boletos. En orden, van ingresando a los primeros vagones y atravesando los estrechos pasillos de madera con lámparas de bronce. El Ferrocarril Central Argentino es una de las líneas más seguras y sofisticadas de la época, y es mucho más efectivo que el gastadero de combustible que conlleva hacer un viaje en automóvil.

Lionel pasa directamente a la puerta número dos, sobre el lado derecho. Es uno de los famosos 'camarotes suites' a los que el común de la gente se refiere. Dos camas, mesa, pequeña chimenea, dos ventanas y todo en un espacio de tres metros de largo, acompañado por un lavabo equipado con jabones y toallas colgadas en los percheros sobre una de las paredes finamente decoradas. Las camas se encuentran dispuestas una sobre otra a modo de cucheta, pero se ven cómodas. Pablo pide la de abajo porque es muy torpe y se mueve mucho, y teme caerse desde la de arriba. Lionel ríe y le muestra el dispositivo de seguridad con el que cuenta: un barandal de madera que se rebate y se traba cuando el pasajero se encuentra arriba. El joven Aimar sigue prefiriendo dormir abajo, por seguridad.

Finalmente, el tren comienza a moverse. Las ráfagas sucesivas del vapor de escape de la locomotora hacen su característico chuf chuf y de a poco, el convoy toma velocidad. Lionel levanta la persiana de una de las ventanas para ver cómo la ciudad se aleja a medida que avanzan y Pablo lo toma de la mano, atrayéndolo a su lado para sentarse en su cama. Scaloni no tarda nada en inclinar la cabeza y unir sus labios con los del más joven, acción que el chico replica gustosamente.

Cuando las cosas comienzan a agitarse entre los dos y las manos empiezan a desabotonar camisas y tocar piel, es Lionel quien frena a su joven amante.

"Acá no. Quiero... quiero todo con vos, pero... puede venir el guarda en cualquier momento o nos puede agarrar alguien," musita contra la boca del cordobés.

"Qué difícil se me va a hacer este viaje ¿cuántas horas son?" pregunta su compañero, abotonándose nuevamente la camisa para mantener la sangre un poco más fría.

"Estimo unas ocho o diez horas. Sumado a las paradas de carga."

Tal como lo plantea, a los ochenta kilómetros realizan la primera parada técnica. La locomotora frena cerca del gran tanque de agua y uno de los operarios de la estación acerca el tubo hacia la boquilla del ténder detrás de la máquina. El agua cae velozmente para llenar el compartimento que inyecta el agua a la caldera de la locomotora, por donde pasan los tubos calientes que generan el vapor para mover los pistones. El fogonero aprovecha para descansar, mientras dos muchachitos más jóvenes pintados de negro de pies a cabeza, cargan con carretillas el carbón que se usará para el resto del tramo hasta la próxima parada.

La Eternidad (Scaloni x Aimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora