Capítulo 24

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L'éclat de ces mains amoreuses
tourne le crâne des brebis.

No es un despertar común y corriente, claro está.

El calor del cuerpo de Lionel se siente como una brasa ardiente en la mañana de verano, pero no se queja. Es una calidez dulce, bienvenida. Pablo gira para besar su pecho, justo sobre su corazón y busca una de sus manos para entrelazar sus dedos. Las eleva, tan solo para poder admirar la diferencia de las elegantes y largas falanges de Scaloni a comparación de las más pequeñas de sus propias manos. Siente la respiración de su compañero, profunda a su lado y un beso sobre su frente.

"¿Dormiste bien?"

"Mejor que nunca," responde el menor, acomodándose para enfrentarlo, cara a cara.

Es realmente algo distinto ver los cabellos revueltos de Lionel, normalmente peinados y engominados. Sus ondas salvajes cobran vida y algunos hasta se convierten en tirabuzones cerca de su frente. Pablo toma uno y juega con él, tironeándolo suavemente y dejándolo rebotar contra su piel al soltarlo. "Che, ¿estás seguro que no nos escucharon anoche?"

Scaloni niega con su cabeza. "Todos estaban en la casa de la peonada, ya te dije. Ahora de mañana sí, pero a la noche le dije a Dominga que nos dejen solos."

Aimar se sonroja ante el pedido. Se imagina el rostro de la mujer y ahora no sabe cómo hará para enfrentarla cuando la vea nuevamente. Obviamente sabe qué es lo que está pasando entre ellos y más allá que pueda estar de su lado, la idea de pensar que alguien sabe que estás intimando con tu patrón en su cama siendo varón, le da mucho pudor.

Luego del desayuno, arman una vianda con pan y algo de fiambre para llevar en una canasta. Toman dos caballos y se van al arroyo para pasar el día juntos, lejos de los ojos curiosos del resto del mundo. Recostado sobre la manta tirada en el pasto, Lionel escucha los versos que Pablo le lee del libro que se trajo desde Buenos Aires. Aimar descansa su cabeza sobre el estómago de su amante, sosteniendo el libro en alto mientras el mayor respira profundo y observa algunas nubes blancas cruzando de este a oeste el cielo azul. Su mano se desliza bajo la camisa de Pablo, buscando su piel, y le propina una serie de caricias sutiles. Algo tan solo para recordar este momento en el futuro, algo tangible que lo lleve a esta escena en donde ambos pueden ser ellos mismos sin preocupaciones.

"Desmayarse, atreverse, estar furioso, áspero, tierno, liberal, esquivo, alentado, mortal, difunto, vivo, leal, traidor, cobarde y animoso," enuncia Pablo mientras sus ojos siguen las líneas que lee. "No hallar fuera del bien centro y reposo, mostrarse alegre, triste, humilde, altivo, enojado, valiente, fugitivo, satisfecho, ofendido, receloso."

Una pareja de teros vuela en lo alto, acercándose a un matorral al otro lado del arroyo en donde Lionel supone, están armando su nido. Scaloni observa como uno de los teros con su pata y pico hace el pozo donde acomodarán las ramitas para empollar los huevos.

"Huir el rostro al claro desengaño, beber veneno por licor suave, olvidar el provecho, amar el daño," continua Aimar, volteando la página con una mano mientras cruza sus piernas una encima de la otra sobre la manta.

Lionel observa como la hembra se queda en el nido, ya armado mientras el macho revolotea alrededor vigilando el área para espantar zorrinos o chimangos que puedan intentar atacarlos en este momento de vulnerabilidad. La protección a lo que uno más ama. Algo tan natural que se esparce en la vida de una punta a la otra de cada especie.

"Creer que un cielo en un infierno cabe, dar la vida y el alma a un desengaño. Esto es amor, quien lo probó lo sabe," finaliza Pablo deslizando sus dedos sobre las letras impresas con delicadeza.

La Eternidad (Scaloni x Aimar)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora