XXVII

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¡Con qué intensidad admiro a los enfermos terminales! Sin lugar a duda, son los eternos ejemplos del amor a la vida. A esta repugnante vida... ¡Ellos prefieren despertar, luchar cada día!, apostando todas sus energías contra el reloj de arena y contra la misma hoz que solo espera impaciente sabiendo que el destino es inevitable.

¡Cuántas ganas de vivir tienen estos seres! En su feroz agonía descansa el propósito más simple e instintivo: sobrevivir un día más.

Me provoca una ternura tan nostálgica que siento que mi conciencia me desgarra a latigazos, ¡cuán malagradecidos somos! Miserables.

Si tan solo existiese una máquina para darles tiempo de vida a estos soñadores que, irónicamente, todavía no quieren descansar en los dulces sueños de la muerte...

SoliloquiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora