LXII

8 2 0
                                    

Si tan solo no necesitase horas para tomar el valor de escribir la primera palabra... Como si no supiese el destino al que me dirijo al sumergirme en estos profanos garabatos.

Sabiéndose consciente el ciego de su diagnóstico, bien se dedica este solo a terminar de pulir los sentidos que le quedan. De la misma manera, sabiéndome ahogado en los confines de la soledad, me dedico a conocerla. Le pregunto por cómo está, que si no se siente sola, que de dónde saca la prudencia para aparecer en los momentos cuando más la necesitamos, que por qué está aliada con la luna, que por qué persigue el sonido de las olas, que por qué se viste de un color pútrido azabache. Ella, como siempre, solo se dedica a responder con silencio. Un agridulce silencio.

Quizás sea amargo en parte porque sé que es un concepto que creo para auto engañarme y así mantener el placebo de la compañía. Debo admitirlo: necesito compañía. También debo admitir que detesto admitirlo. Me voy inventando conceptos por la vida como si estas abstracciones fueran entes que merman con sutileza mi soledad. La vida es quedarse solo, y me decepciona ver que cada "por siempre" se destruye. Ahora la palabra vale menos. Es más, por si fuera poco, me declaro ateo del verbo, solo adepto de las acciones que demuestran intenciones. Aunque las palabras sean el motor de la ilusión, y las acciones lo sean de su contraparte, me parece más acorde de a momentos vivir desengañado, pero con los pies en la tierra. No me es grato en lo absoluto buscar personas para satisfacer estímulos, y no porque mi fin carezca de contenido ético, sino porque en el fondo no termino por engañarme. Necesito el efecto del afecto y aunque sé que no puedes amar sin amarte, tampoco puedes amarte sin ser amado. Paradójico, como todo lo que conforma nuestra realidad.

Por otro lado me sabe a dulce porque mi orgullo me obliga incesantemente a no buscar al rebaño, ya que lo detesto. No quiero llenarme de vacío. Aunque suene contradictorio, la mayoría solo contagia eso y a pesar de pecar de prepotente, no puedo ser uno más en un mundo de ceros. No hay muchas más formas para excusar a la soledad. Tal vez porque me da el espacio de escribirle, como si de un ritual de culto se tratara, una especie de peaje que debo pagar para pasar por sus fronteras. Me fuerza a (des)conocerme más, a cavar más hondo, y a diluirme en pixeles. Todo con la esperanza de que me vuelva tolerante al dolor que esta me genera. Nunca querré depender de nadie, ergo esto se vuelve terapia forzada.

A veces depende de mí, otras no. En ambos casos vivo atado a sus consecuencias y adapto mi vida en base a ella. Como decía Atahualpa Yupanqui,

«Soy como el león de las sierras, vivo y muero en soledad»

SoliloquiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora