XCVI

8 1 0
                                    

He pasado toda mi vida tan rodeado de elogios hacia mi persona que por acto de normalización he creado una coraza que impide que estos sean tan bien recibidos. Tal vez por cuestionar la sinceridad expresa en dichos halagos, o porque me empeño tanto en el error que no hay cabida para el acierto. Por la misma razón, termino abrazando de una forma tan honesta cualquier tipo de crítica hacia mi trabajo. Al punto de estimar más al que hace la crítica que al que hace el halago. Por ejemplo, hoy un amigo cercano me cuestionó la simpleza semiótica de mi discurso narrativo, y fue algo tan hermoso que me conmovió saber que muchas veces he ignorado la forma en que el lector percibe lo que hago y descifra el mensaje que tiene para mí. Usualmente hacemos algo pensando solamente en el significado que nosotros le damos, sin pararnos a pensar en si está digerible para que otra persona ajena a tus circunstancias pueda obtener el mismo néctar del verso. Empezaré a cuestionarme mucho más lo que escribo. Agradezco a esa persona por el consejo.

SoliloquiosDonde viven las historias. Descúbrelo ahora